martes, 6 de octubre de 2015

El libro de Rachel



Charles Highway es un joven de 19 años que se encuentra a pocas horas de dar el salto hacia los 20. Y tal brinco temporal, que para muchos podría antojarse intrascendente, para él adquiere matices casi épicos: dejará de ser un muchacho para convertirse en un hombre. Es al menos su opinión. Charles es un chico que vive en Inglaterra en el seno de una familia no demasiado convencional (su padre, por ejemplo, vagabundea de amante en amante, ante la indiferencia dolida de su esposa) y que tiene claro que antes de traspasar la mítica frontera de los veinte ha de cumplir una serie de metas personales (“Aún me quedaban por hacer algunas cosas propias de jóvenes: conseguir un empleo, preferiblemente rastrero y no cualificado; tener un primer amor, o al menos acostarme con una Mujer Mayor; escribir más poemas primerizos y endebles para, de este modo, completar mi serie Monólogo adolescente; y, bueno, ordenar, simplemente, mi infancia”).
Ha mantenido relaciones sexuales con chicas (fingió que se iba a España con el dinero que le dio su padre por sus notas, pero en realidad estuvo en Londres), pero ninguna de ellas ha resultado trascendente o le ha dejado huella. También reconoce sin rubor que se ha masturbado más de una vez (“febrilmente”, anota) pensando en su hermana Jennifer, a quien describe con basta crudeza (“Aunque fuese una rubia más bien parduzca, y una mujer de huesos grandes, pechos considerables, caderas anchas y, en general, un poco cetrina, no había motivos para creer que una vez desnuda olería a huevos duros y bebés muertos”). Iguales términos despectivos exhibe a la hora de describir a su directora de estudios (“sus cejas eran más abultadas que el tupé de un teddy-boy, y los dientes le salían de las encías en ángulo recto”), a su padre (“viejo plasta”), a su cuñado (“el aterrador marido de mi hermana”), etc.
Su actitud con los demás es altanera, casi desdeñosa, y va dejando sus opiniones en unos cuadernos adolescentes donde literatura e impudor se amalgaman. En ellos habla de Gloria (una chica con la que se acuesta de vez en cuando), de los juicios que le merecen los autores a los que va leyendo; y, en especial, de Rachel, una muchacha con la que establece una relación sexual y sentimental muy intensa y a la que convierte en pértiga para saltar las bardas de la juventud. Al principio intenta mostrarla como una más de la lista, pero pronto tendrá que rendirse a la evidencia de que la muchacha le ha llegado más hondo (“¡Santo Dios, cómo me gustaba!”). Al final, consciente de que si continúa con esta chica se va a producir un choque entre su corazón y sus ansias de libertad, Charles tendrá que tomar una decisión al respecto.
Martin Amis, con una prosa elegante, juvenil y sugerente consigue componer a un personaje antológico de la novelística británica. Poderosamente magnética.

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