viernes, 25 de septiembre de 2015

La pasión



Anatole France, en el capítulo XVII de su casi olvidado libro El jardín de Epicuro, explicó que “si se mata la pasión, se mata con ella todo”. Y tan luminoso aserto es el que parece guiar la existencia de los personajes principales de esta obra: Henri, un chico pobre de baja estatura que, saliendo de un poblacho más bien insignificante de la Francia rural, termina sirviendo de camarero a Napoléon Bonaparte (que adora su habilidad para preparar el pollo y su escasa altura, y que le permite mirarlo desde arriba); y Villanelle, la hija de un barquero veneciano, que nace con los dedos de los pies unidos por una membrana (como los ánades), la cual se enamora de otra mujer y que acaba trabajando como prostituta con los soldados imperiales.
Sus dos historias, aparentemente tan distanciadas, acaban por unirse. Henri, después de haber sentido una enorme pasión acrítica por Bonaparte, similar a la que sintieron los demás franceses de su tiempo (“Estamos enamorados de él”, indica explícitamente en la página 20), comprende que su megalomanía los lleva de guerra en guerra, sin que nunca lleguen a nada, y acaba desertando de sus ejércitos durante la campaña de Rusia (en el año 1813). Villanelle, una vez entregado y perdido su corazón ante la dama de sus sueños (que está casada con un anticuario), contrae matrimonio con un hombre violento e indeseable, que la venderá al general Murat para que la use de “visitadora” con sus hombres. Ambos acabarán huyendo juntos, y cruzarán media Europa a pie, hasta llegar a Venecia, donde se refugian en la casa de los padres de Villanelle. Y será entonces cuando, inesperadamente, sus vidas alcancen su mayor grado de dolor y de peligro.
La novela contiene deliciosos episodios de humor (por ejemplo, cuando nos refiere entre las páginas 64 y 65 la curiosa historia teológica en virtud de la cual se sugiere que Dios violó a la Virgen, porque prácticamente no le dio opción para elegir. Y que por eso ella escucha hoy con más amor a las mujeres que a los hombres), pero también algunas frases donde brillan la filosofía (“Hablar de felicidad es como intentar atrapar el viento. Es mucho más fácil dejar que nos envuelva”, pág. 44), la psicología (“¿Importa con quién se pierde cuando uno pierde?”, pág. 68), la sociología (“Los vencedores pierden cuando se hartan de ganar”, pág.184), o donde se llega incluso al aforismo lírico (“La vida es un idioma extranjero”, pág.100).

Jeanette Winterson publicó La pasión en el año 1987, y ahora la editorial Lumen, dos décadas después, nos ofrece la obra en la traducción de Elena Rius, en un formato manejable y de hermosa presentación. Aceptemos la pauta central de la obra (“El hombre no puede existir sin pasión”, pág.107) y sumerjámonos en la lectura con todo nuestro entusiasmo.

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