domingo, 7 de junio de 2015

Los perros, el deseo y la muerte



Leo en la editorial Tusquets una traducción que Rodolfo Hinostroza realiza de la colección de relatos Los perros, el deseo y la muerte, de Boris Vian. Y me quedo con la boca abierta a causa de sus errores. No me refiero, claro está, a errores en la traducción (no he leído el original, ni mi dominio de la lengua francesa da para tanto); sino a disparates gramaticales castellanos que no entiendo cómo el sello Tusquets reprodujo sin tomarse la molestia de corregirlos. Que se inserten en el texto expresiones como “pendejo” (p.27), “huevón” (p.28), “qué vaina” (p.35), “nomás” (p.74) y otras así revela que el traductor no nació precisamente en Navalmoral de la Mata, pero bueno, eso es admisible. Lo que ya no lo resulta tanto es que infame un libro del prestigioso sello catalán con salvajadas como “detrás mío” (pp.13 y 14) y “detrás nuestro” (p.16); que nos hable de unos escalones y nos describa “el chirrido del catorceavo” (p.35) y algunas más de parecido cuño. No haré más sangre con ellas, pero son infumables.
Los cuentos de Boris Vian que se recopilan en el volumen (y aquí ya entramos en el terreno de la pura opinión, que ya es discutible) tampoco es que sean nada del otro mundo: una mujer que se excita sexualmente atropellando perros y que pronto necesita una dosis más alta de adrenalina, pasando a su primera víctima humana (“Los perros, el deseo y la muerte”); un apacible lobo que, tras ser mordido por un licántropo, se transforma las noches de luna llena en un ser humano y descubre su faceta más salvaje (“El lobo feroz”); una ciudad que se ve envuelta por una extraña niebla afrodisíaca, que provoca orgías en cada calle, en cada tienda, en cada rincón (“El amor es ciego”); un esquiador que disfruta de la contemplación de tres hermosas jóvenes lesbianas que, desnudas y juguetonas, se magrean en la nieve (“El mirón”); un científico que crea un robot capaz de características tan humanas que se termina encaprichando eróticamente de la ayudante y amada de su creador (“El peligro de los clásicos”); etc.

Total, que entre los defectos de forma (muchos) y la insulsa condición del fondo no estoy como para repicar campanas con este libro, qué le vamos a hacer. 

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