miércoles, 25 de marzo de 2015

Gigi



Colette es uno de esos nombres que, desde siempre, han estado flotando a mi alrededor en la biblioteca familiar, pero que jamás había convertido en lectura. Y eso que uno de los volúmenes, que estaba a la altura de mis ojos, llevaba por título La ingenua libertina. Quizá por eso cogí enérgicamente este ejemplar de Gigi y me propuse comprobar qué había en su interior. Lo había traducido José María Solé para el sello capitalino Veintisiete Letras y lleva en la portada una conocida imagen de Lillian Gish.
Durante los dos primeros tercios de la novela lo único que pude encontrar allí fue atmósfera: una sucesión de escenas frívolas y mundanas, con personajes de gran superficialidad y ausencia de argumento. La adolescente Gilberte (Gigi) es educada por su abuela y ambas reciben las visitas de Gaston Lachaille, un joven millonario con fama de libertino. Por otro lado está la tía Alicia, quien instruye a Gigi en los usos refinados de la sociedad (forma de comer, de moverse, de vestir, de comportarse con los hombres, de elegir joyas), con el objetivo de obtener un buen marido. Se habla de coches. Se habla de fiestas. Se habla de revistas que se dedican al amarillismo. Se habla de jaquecas. Todo está como envuelto en gasas, tules, perlas y champán.
Pero de pronto Gaston comienza a mirar con otros ojos a la espigada Gigi, que se acerca a los dieciséis maravillosos años, y sugiere a la abuela la idea de casarse con la muchacha, provocando en ésta una respuesta insólita, que nadie terminará de entender del todo, y que perturba la calma sedante de la familia.

¿Me ha gustado la obra? No sabría pronunciarme de un modo definitivo. Dicen que Colette (cuyo nombre completo era Sidonie-Gabrielle Colette) retrata de forma magistral el mundo de la alta sociedad de entresiglos, y no seré yo quien lo niegue. Pero lo que sí tengo claro es que contemplar en las páginas ese mundo no me ha producido una especial curiosidad por él. Me he mantenido ajeno a su aparente fulgor, a su magia... o a su roña. Me ha resultado indiferente. Entiendo que el estilo de Colette es aquí delicioso (no lo discutiré), pero su temática me ha dejado absolutamente frío. Quizá pruebe con otra de sus obras. No lo sé.

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