domingo, 1 de marzo de 2015

Crucero de verano



Bordear los límites de lo convencional y adentrarse en terrenos pantanosos es, casi siempre, una apuesta segura para sufrir reveses. La joven Grady (una bella muchacha de 17 años que pertenece a una rica familia norteamericana) está a punto de descubrirlo. Desde siempre ha sido una chica que ha actuado de forma libre, sin preocuparse por la opinión ajena sobre sus actos (“Simplemente no se había esforzado ni había sentido de una forma profunda que agradar a los demás fuese importante”, p.25) y que, pese a la amistad-amor que mantiene con Peter Bell, se ha deslizado hacia otra relación mucho menos convencional y sin duda más conflictiva: la que mantiene con Clyde Manzer, un aparcacoches de baja condición social y modales bruscos (le pide que no le babee los cigarillos, le toca el pecho en público, le dirige miradas libidinosas sin ningún recato), por el que siente una atracción difícil de explicar. ¿Lo prohibido? ¿El reto y la ruptura frente a todo lo que se espera de ella (su madre y su hermana mayor están obsesionadas con el vestido que lucirá en su presentación en sociedad)? ¿El ansia de probar cosas nuevas, emociones centrífugas, venenos atrayentes?
La situación se complicará cuando Grady, en un arrebato, contraiga matrimonio con Clyde sin que ninguno de los dos consulte con sus familias.
Truman Capote, fiero analista de su sociedad y de su tiempo, nos ofrece algunos instantes de psicología realmente interesantes (“Cuando cambiamos nuestra marca de cigarrillos, nos mudamos a otro vecindario, nos suscribimos a un periódico distinto, nos enamorados o desenamoramos, estamos protestando de un modo tan frívolo como profundo contra el tedio indisoluble de la vida cotidiana”, p.122), algunas metáforas reveladoras sobre qué piensa él sobre las relaciones humanas (“Era como si fuesen dos figuras envueltas en sábanas que se aporreaban”, p.112) y bastantes secuencias descriptivas donde alcanza un nivel lírico (júzguese este ejemplo de la página 87: “Una lluvia de un color eléctrico había mojado la acera; los transeúntes, salpicados por aquellos resplandores húmedos, cambiaban de color con una rapidez camaleónica”).

Como siempre, leer a Capote es una auténtica experiencia, que te inquieta y te maravilla a la vez.

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