sábado, 10 de enero de 2015

Diarios amorosos



Traigo hoy a esta página un volumen impresionante, no sólo por la gran envergadura que presenta (764 páginas de gran formato, encuadernadas en tapa dura), sino por su interior. Contiene dos obras de Anaïs Nin: Incesto, que son sus diarios comprendidos entre 1932 y 1934, y Fuego, donde recopila los que escribió entre 1934 y 1937. La editorial Siruela ha tenido la feliz idea de unirlos en un solo tomo, con introducciones de Rupert Nole, unas interesantes notas biográficas de Gunther Stuhlmann y una meticulosa traducción del inglés a cargo de José Luis Fernández-Villanueva Cencio. Y valga un aviso previo para lectores despistados: quien se acerque hasta este libro buscando secuencias de tipo pornográfico, descripciones sexuales de alto voltaje y chapoteos genitales de elevada puntación en la escala Richter se van a llevar una buena decepción.
Y van a llevársela, entre otras cosas, porque la cosmopolita Anaïs Nin, que nació en 1903 y que fue bautizada con el nombre de Ángela Anaïs Juana Antolina Rosa Edelmira Nin Culmell, hija del pianista Joaquín Nin (de origen catalán), fue una mujer compleja y llena de matices, que vivió en Estados Unidos, Francia y Cuba, y que afrontaba la escritura de sus diarios como un ejercicio de introspección, como una enjundiosa búsqueda de sí misma a través de sus relaciones (sexuales, pero también psicológicas) con las personas de su entorno. Hay, desde luego, fogonazos de sexo duro (en la páginas 21 y 22 nos explica una escena con su marido: “Hugh me tira sobre la cama, loco de celos, me folla delirante y me rasga el vestido para morderme los hombros”; en la página 476 nos explica que ha experimentado un “orgasmo en el tren mientras leía un libro pornográfico”; o las explícitas palabras con las que se define en la página 663: “He sido una mujer con las piernas separadas y que he gritado de voluptuosidad”), pero lo más trascendente de esta obra no hay que buscarlo en esas líneas encendidas o lúbricas, sino en las observaciones que Anaïs efectúa sobre quienes la rodean: el  banquero Hugh Parker Guiler (que fue su primer marido), Henry Miller (con el que vivió una tórrida aventura sexual, que incluyó a su pareja June, con quien Anaïs Nin mantuvo también relaciones lésbicas), el doctor Allendy (que tuvo a Anaïs como paciente en el año 1932), el doctor Otto Rank (cuyos escritos sobre el incesto fueron leídos con interés por Anaïs, de la que se dijo que había mantenido ese tipo de relaciones con su padre) y otros muchos intelectuales, pintores, psicoanalistas, agitadores políticos, banqueros o filósofos, que van salpicando las páginas.

Anaïs Nin, que se manifiesta habitualmente como una mujer fuerte y de gran vigor, capaz de manejar las riendas de su vida en todo momento, también se ve abocada en ocasiones a la debilidad, y no tiene problemas en reconocerlo (“Necesito caricias. Soy una mujer”, p.40). Y tampoco tiene reparos en darse cuenta de los instantes en que su promiscuidad puede convertirse en un grave problema (“Bailo en la cima de un volcán”, p.661). Añadamos a todas estas informaciones una interesante selección fotográfica (destacan, además de las imágenes de Henry Miller, aquéllas donde aparece Anaïs con un velo cubriendo la mitad de su rostro o ataviada de bailarina) y obtendremos un volumen digno de ser leído.

No hay comentarios: