jueves, 11 de diciembre de 2014

Los ojos de la niebla



Raquel Lanseros sabe muy bien lo que se hace. Y lo demuestra de la mejor manera posible: escribiendo libros sabios y llenos de belleza, donde asistimos al despliegue de una visión lírica espectacular y de unos modos literarios que anonadan por su hermosura y perfección. Si su Diario de un destello obtuvo el accésit del premio Adonais, con Los ojos de la niebla recibió el XXII premio Unicaja de poesía, que publicó Visor con su habitual elegancia. Y es una felicidad decir que las páginas de este volumen son tan brillantes como todas las publicadas por su autora, que constantemente se aquilata y acendra.
Raquel Lanseros, dueña de un espacio verbal y sentimental de gran vigor, se aproxima con infinito mimo a una serie de personajes erosionados por su circunstancia: el desengaño amoroso de una joven que, sin desearlo, descubre con languidez “cómo el alma dibuja / serenas cicatrices sobre viejas heridas”; el fervor mudo con el que una anciana arregla los aledaños de una sepultura; el llanto milenario de una mujer cuando ve marcharse los trenes, los infinitos trenes (el amor, la vida); la sonrisa de una antigua lectora de Kundera, que jamás pudo imitar a su personaje Sabina porque “nunca ha conseguido enfriar su corazón”; ese hombre que pasea su anonimato por Manhattan; la historia de esa mujer que, a una hora destemplada, acude a la oficina con pasos grises sobre el asfalto gris, mientras recuerda a los hombres que han hollado o acariciado su vida (“Ella quiso a uno de ellos más que a sus propias manos. / Pero ya no lo ama”); o el impresionante poema con el que se cierra el libro: un texto sensible, conmovedor y emocionado que tiene como protagonista a Beatriz Orieta, una maestra nacional muerta a los 26 años en una época difícil (1919-1945), y que ahora yace enterrada junto al hombre que la amó.
En este vademécum de erosiones, en este catálogo de existencias golpeadas y dolientes, descubrimos la otra gran virtud de Raquel Lanseros: su honda humanidad, la cercanía celayiana de quien siente cerca de sí a los que sufren y la inmediatez nerudiana con la que los envuelve con su mirada compasiva y poética. Ella, como todos los creadores auténticos, posee el don de la palabra, pero sobre todo el don de la mirada. Sabe ver a su alrededor y sabe ver en sus interiores. De ahí que los demás se le conviertan en espejos, lágrimas, futuros y metáforas. Es decir, materiales emocionales con los que sustentar el edificio de sus versos.

Todos los idiomas de la poesía y todos los dialectos del alma humana caben en los libros de Raquel Lanseros. No dejen que el fulgor de la belleza pase inútilmente ante ustedes.

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