lunes, 11 de agosto de 2014

Reversos



El único tema que siempre me ha gustado en poesía es el que habla del paso del tiempo, y su repercusión sobre el espíritu de la persona que escribe. Los demás (el amor, la muerte, la amistad, el compromiso político, etc) me han llamado la atención durante un tiempo y luego me he distanciado de sus cauces, unas veces de forma suave y otras de manera abrupta. Quizá por eso me ha gustado tanto el volumen Reversos, de Diego Reche, que es un hermoso libro con el que su autor obtuvo el premio andaluz de poesía Villa de Peligros en el año 2012.
Me han gustado los poemas rimados del tomo (“La casa”, “Cines de domingo” o “El unicornio azul”, donde rinde un homenaje a Silvio Rodríguez) y me han gustado también aquellos en los cuales la rima la pone la añoranza, la tristeza, la melancolía por el paso de los años. Por ejemplo, aquel conjunto de versos en los que se detiene en una fotografía, que es siempre un “instante fugaz / que se salva del óxido del tiempo”. Diego Reche siente las fotografías como cuajarones de tiempo, como minutos fosilizados en papel, como trozos de vida que uno agarrase entre las manos y se negase a soltar, para que el tiempo no los marchite o aniquile. Y por eso las contempla con tanto fervor y con tanto respeto. Ahí está para demostrarlo la hermosa “Fotografía del diván”, donde nos explica que los personajes que aparecen en ella (sus padres) se han ido consumiendo con el paso de los años, pero que el diván, polvoriento y ajado, aún existe, mostrando de forma fehaciente que casi siempre nos sobreviven los objetos que nos rodean y acompañan.
El tiempo, también, puede sumirnos en una ceremonia cíclica, como la que nos resume en “Imagen del padre ausente”: cuando él era niño observaba a su padre mirando y retocando fotos durante la tarde de los domingos, y le asombraba su actitud; ahora, él emplea esas mismas tardes en mirar y retocar versos, y quizá sus hijos experimenten sensaciones parecidas a las que él protagonizó.

Pero no se agota el poemario en estas consideraciones, sino que también emplea un buen número de versos en hablarnos de su condición de profesor alejado de su esposa durante las jornadas laborales o convirtiéndola en protagonista de sus explicaciones poéticas en el aula. En ese sentido, me han parecido deliciosos los diez versos con los que cierra el libro, y que quiero utilizar también para cerrar este comentario, a la vez que recomiendo su lectura: “Te llamas Melibea / en el primer trimestre; / Beatriz, Lisi, Julieta, / Elisa o Galatea en el segundo; / en el tercero Laura, / doña Inés o Leonor. / Mis alumnos no saben / que tienes tantos nombres, / y tú, pensando, mientras, / que te llamas María”.

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