domingo, 31 de agosto de 2014

Yonqui



Hay personas (lo explicaba el extremeño Pascual Duarte) a quienes, desde su nacimiento, se les ordena “tirar por el camino de los cardos y de las chumberas”. Y esos seres, que por lo común no suelen tener voz en el mundo de las letras, están retratados perfectamente en la última novela de Paco Gómez Escribano. Su título es Yonqui y lo ha publicado el sello donostiarra Erein con una portada muy efectista de Cristina Fernández. Su protagonista es El Botas, un chaval de 16 años que se ha criado y vive en el barrio periférico de Canillejas, anexionado a Madrid. Estamos en 1978, en pleno alborear de la democracia. El cuadro familiar en el que se mueve El Botas es tremendo: un padre muerto de cirrosis, una madre borracha, una hermana que se largó para vivir en una comuna hippie, unos estudios rudimentarios (“Había ido al colegio algún tiempo, lo suficiente para aprender a leer y a escribir”, p.13) y una novia que, maltratada por condiciones sociales de idéntico calibre, ejerce la prostitución callejera. En esas condiciones, no es raro que su vida gire alrededor de media docena de rituales primitivos: emborracharse, meterse droga, perpetrar algunos atracos, escuchar música cañera y relacionarse con sus amigos de siempre, que se parecen a él como se parecen las gotas de agua.
Pero una situación así no puede ser mantenida durante mucho tiempo, porque genera un desgaste y unos dolores demasiado agudos: crisis de ansiedad, monos ocasionados por la droga, muertes de colegas… El Botas, que es duro pero no es imbécil, sabe que tiene que imprimir un giro radical a su existencia. Sobre todo, después de conocer a Lola y enamorarse “hasta las trancas” de la muchacha. No puede ofrecerle un futuro de yonqui condenado a muerte, ni ella está dispuesto a admitirlo (“Si me quieres, cambiarás. Y si no, es mejor que no nos veamos más”, p.148); así que tiene que decidirse por una salida, ahora que aún tiene las manos firmes en el timón.
Paco Gómez Escribano consigue con esta novela un texto memorable y sólido, en el que logra un resultado dificilísimo: que tú te creas de verdad que estás escuchando a un joven yonqui. Son sus palabras. Es su tono. Son sus muletillas verbales. Es su desgarro. Son sus ideales, ambiciones y miserias. De ahí que ésta sea una de las novelas más auditivas que he leído últimamente. Pero ojo, porque auditiva también era Matando dinosaurios con tirachinas, con la que Pedro Maestre obtuvo el premio Nadal en 1996. La diferencia estriba en que Yonqui es una buena novela.

Paco Gómez Escribano no ahorra sordideces, absolutamente necesarias para darle credibilidad a su historia (robos con intimidación, hostias en el Metro, caras cortadas a navaja, peleas de bar, atracos con violencia, tiros en las rodillas), pero sabe mantener siempre el equilibrio justo para quedarse en el retrato fiel y no incurrir en el esperpento. ¿Lección moral? Ninguna, por supuesto. Esta novela no es una apología ni una sátira; tampoco una parodia o una condena. El autor madrileño ha querido colocar nuestra silla dentro de barrios marginales y mostrarnos cómo viven, cómo sienten y cómo sobreviven o mueren algunos de sus protagonistas. Era un empeño complicado, que habría arrollado a otros narradores menos solventes, pero les aseguro que él lo resuelve con una brillantez inmaculada. Apúntense esta obra porque los dejará con la boca abierta.

viernes, 29 de agosto de 2014

Irse de casa



Llega un momento clave en la vida de toda persona en el que, inevitablemente, quiere volver atrás, recrearse en el ayer, trazar la línea de la suma. Sucede en ese día que se tienen ya más años por detrás que por delante, y la memoria y la nostalgia nos piden establecer el inventario de lo que se ha hecho, de lo que queda por hacer y de lo que, por desgracia, ya no podrá hacerse. Tal circunstancia ha sido reflejada en el cine (“Volver a empezar”, de José Luis Garci; o la invocación legendaria a Rosebud en “Ciudadano Kane”, de Orson Welles), en la poesía (Eloy Sánchez Rosillo o Francisco Brines son dos buenos cultivadores de esa línea temática), en el teatro (esa historia rencorosa que Friedrich Dürrenmatt tituló La visita de la vieja dama; o la tremenda pieza El malentendido, de Albert Camus) y en otras artes.
Carmen Martín Gaite decidió retomar el asunto bajo la piel de Amparo Miranda, una empresaria española con amplio éxito en Nueva York que, cuando sus negocios ya funcionan prácticamente solos y sus hijos se han independizado, concibe la idea de volver a su pequeña ciudad natal. Y lo más sugestivo de esta espléndida novela es que Martín Gaite no nos explica (quizá hubiera sido una equivocación) el porqué de este retorno. Nos quedamos sin saber, en verdad, la causa de esta proustiana búsqueda del tiempo perdido. Quizá (aventuremos una hipótesis) porque ni siquiera sea una búsqueda, en sentido estricto. Más bien, lo que la protagonista quiere comprobar es si, como decían los Beatles en una de sus canciones últimas, la vida fluye “within you and without you”: si todo sigue latiendo, y cómo lo hace, cuando nosotros ya no estamos aquí. Y el recurso que Martín Gaite elige para que su Amparo Miranda se enfrente otra vez al mundo provinciano que dejó a su espalda hace años es volverla invisible, sumergiéndola tras el anonimato de su apellido marital: “Mrs. Drake”. De ese modo puede mirar sin ser vista y oír sin ser escuchada. La ignorancia ajena favorece su libertad de movimientos y la permite recorrer las calles sin que nadie interrumpa su rememoración o falsee su presente.
La historia, como es natural, no se estanca en este personaje único. Y esa es otra de las grandezas de la novela, porque la autora, lejos de resignarse al urdimiento de una historia unipersonal, vuelve a darnos una soberbia lección de narrativa y teje alrededor de Amparo Miranda media docena de magistrales personajes que enriquecen el volumen y le añaden una infinita diversidad.

Si tuviera que buscarle un defecto a este libro (créanme que es bien difícil, y que lo hago para no incurrir en el derroche de incienso), indicaría el hecho de que Amparo Miranda, cuando vuelve a Nueva York, siente que una energía nueva la recorre y que debe cambiar de mentalidad y de modo de vida. Es un recurso al tópico liberador que oscurece el final de la obra. O quizá sea que la vida se le ha puesto tan cuesta arriba a Amparo Miranda que, tras mirarse en el ayer, está imposibilitada para drogarse con la facilidad de la amnesia. Al fin y al cabo, la propia Martín Gaite escribió una vez un poema al que tituló “Todo es un cuento roto en Nueva York”. Quizá la vida de su protagonista sea, también, un cuento roto.

jueves, 28 de agosto de 2014

Fábula del tiempo



Usando como punto de arranque un conocido verso de Eloy Sánchez Rosillo, el escritor Pascual García bautizó su primer libro de poemas con el título de Fábula del tiempo, donde aceptó el reto de escribir sobre “el agua sucia de los años” (p.19) y establecer su catálogo de erosiones. En la soledad aciaga de las noches (que es una soledad creativa, pero también un emplazamiento cósmico), Pascual se acoda sobre la mesa, observa los folios que enmudecen frente a él y les encomienda una misión salvífica, donde confluyen el exorcismo, el llanto, la desolación y la esperanza: dar cuenta a los demás de su ayer, poblado de amores frágiles, paisajes gélidos, lluvia triste, padres laboriosos, olor a pinos y soledad nevada. Se trata de resumir, esencialmente, “la fábula de un tiempo breve como la propia vida” (p.11).
Enfrentado al dolor del tiempo, el poeta busca recuperar “los años extensos de la juventud” (p.20), aunque la memoria y la inteligencia le pregonen que “nada queda de los días salvo el miedo” (p.34). Precisamente porque esa certidumbre es poderosa en su espíritu, resulta interesantísimo constatar cómo las estaciones del año reproducen numéricamente la temperatura de su corazón: trece veces se menciona el invierno, cuatro el otoño, dos la primavera y una sola vez (p.39) el verano. Y puestos a hablar de temperatura, tampoco parece casual que la palabra frío sea utilizada once veces, y en cambio no aparezca la palabra calor ni una sola vez en todo el volumen.
Libro, pues, invernal; libro de devastaciones y de melancolías, donde se lleva a cabo un balance meditabundo de “las calles que anduvimos y hemos perdido” (p.21), y donde se certifica que “no hay paz para el que asciende por la senda” (p.22). Contra el viento que zarandea al poeta (desde las cumbres de su Moratalla natal o desde las simas del pasado), éste se mantiene firme gracias a dos anclajes humanos esenciales para su equilibrio psíquico: de un lado, la convivencia con su mujer, la excepcional pintora Francisca Fe Montoya; del otro, el reconocimiento tembloroso y viril del amor que siente por sus padres. A la primera le aplaude sus virtudes como amada, compañera y soporte sentimental en el poema “Beatus Ille”; y algo más adelante, en el hermoso poema “Los que ríen”, augura una vejez compartida con ella, donde seguirá brillando el amor y donde ni siquiera los achaques de la senectud les harán olvidar el pleno gozo de haber vivido (de haberse vivido) juntos. En cuanto a sus padres, resulta conmovedor el templado homenaje que les tributa en el poema “Volver” (el más extenso del volumen, con setenta y cinco versos).

Un libro, pues, delicioso, imborrable y perfecto, que nos sitúa ante uno de los mejores poetas vivos que tiene Murcia.

miércoles, 27 de agosto de 2014

El último Catón



Si hablamos de novelas que me hayan “enganchado” y me hayan tenido en vilo de la primera a la última de sus páginas, me vienen a la cabeza tres: El ocho, de Katherine Neville; El club Dumas, de Arturo Pérez-Reverte; y El último Catón, de la alicantina Matilde Asensi. En mi condición de crítico literario y de profesor de literatura (que tal vez sean dos formas sublimadas o intelectualizadas del tedio), no creo que me atreviera siquiera a sugerir que son las mejores novelas que he leído; pero en mi condición de lector, de quijotesco amante de las letras, sí diré sin vacilaciones que son las novelas con las que más he gozado, porque me han traído intrigas, nervio, amor, emoción, historias y sorpresas. No sé si pedirle más cosas a una novela incurre ya en un manierismo propio de eruditos.
El caso es que Matilde Asensi nos plantea un enigma que tiene como centro a una extraña secta (los staurofílakes) que se está dedicando a robar todos los fragmentos de la Santa Cruz, donde fue ejecutado Jesucristo, que existen dispersos por el mundo, y que tres investigadores comisionados por el Vaticano (el profesor Farag Boswell, el capitán Kaspar Glauser-Röist y la doctora Ottavia Salina) emprenden una búsqueda angustiosa y llena de peligros con el objeto de poner fin a esos latrocinios y explicar su oculto sentido. Al comenzar, carecen de toda pista, pero pronto descubren que las claves de la investigación están escondidas en los versos de La divina comedia, de Dante Alighieri, antiguo integrante de esa secta.

Una novela, pues, llena de cultura (hay que destacar la amplia documentación que la autora exhibe, tanto en arte como en literatura e historia), con una trama diseñada con pulso impecable, y en la cual las líneas finales no emborronan (como suele pasar en este tipo de libros) el conjunto de la narración. A mí me ha parecido una novela magnética, que recomendaría sin dudarlo a cualquiera que quisiera pasárselo bien, francamente bien, leyendo un libro.

lunes, 25 de agosto de 2014

Santa Claus en la villa olímpica



Joaquín García Box parece haber llegado al mundo de la literatura, ante todo, para sorprender. De buenas a primeras, y con más de cincuenta años consignados en el DNI, este arquitecto técnico se dejó caer con una propuesta tan voluminosa como llamativa, Los 96, una historia de ángeles y profecías mayas. Y ahora, en el año 2014, descarga ante nuestros ojos las casi quinientas páginas de Santa Claus en la villa olímpica, donde cambia el rumbo de su narrativa para pasar de lo apocalíptico al humor, de lo religioso a lo laico, del disparate místico al disparate imaginativo. Y la verdad es que el resultado ha sido notable.
Centrémonos en la figura de su protagonista. Se llama Agripino Aliaga Anónima. Su padre es un gandul alcohólico y su madre una extranjera de la que no tiene más noticia. Es un niño no demasiado alto (de adulto medirá un metro cincuenta y ocho) y con unas hambres insaciables (llegará a los ciento cincuenta kilos, como resultado de sus pantagruélicas ingestas). Su vida erótica se inicia con masturbaciones preadolescentes (inspiradas en la voluptuosa madre de su amigo Pencho) y se concretará sólo con una mujer: Agustina, dulce, preciosa y en silla de ruedas, amén de seguidora de Kiko Argüello. Entre sus amigos destaca Basti (que ingresará en la Legión y será secuestrado por los talibanes iraquíes), Fulgencio (propietario de un pene descomunal y de una fuerte vocación religiosa, que le llevará al seminario), Charli (obsesionado con la idea de ser marqués) y Pascual y Lucía (promotores de un espectáculo de horror en el que Agripino actuará de Santa Claus Predator). Su máximo vicio han sido, desde la infancia, los cigarrillos; y en su madurez le germina en la cabeza una idea: lograr que el tabaco obtenga la consideración de deporte y, por tanto, acumule opciones para ser reconocido como disciplina olímpica.
Como es evidente, las mejores páginas de esta obra son aquellas que se centran en las vetas humorísticas. Así, cuando Joaquín García Box retrata a una familia franquista y nos explica que en ella «el nombre de Carrillo era detestado hasta tal punto que toda palabra que comenzase por las letras Ca estaba abolida del diccionario de esta familia a excepción, claro está, de castración, catequesis y el catecismo» (p.184); o la hilarante escena en la que se reproduce el diálogo entre Agripino, vestido de Santa Claus, y un guarda de seguridad, que le niega el acceso a unos grandes almacenes (páginas 301-306); o la descacharrante enumeración de finalistas de su certamen nicotínico, con sus respectivas habilidades y rarezas (páginas 403-409).

Sumemos a todo esto —que ya sería bastante para repletar una novela— un nutrido grupo de referencias literarias y cinematográficas, personajes de la actualidad, sugerentes escenas de sexo (en las que el alcohol, el tabaco y las drogas se introducen para potenciar el placer de los participantes) y alusiones a sucesos de los últimos años (corrupción política, urbanismo fraudulento, pérdida de ideales, dinero fácil en negocios turbios, invasiones militares de dudosa legalidad) y obtendremos una novela de gran fluidez, con la que Joaquín García Box da un paso adelante en su trayectoria. ¿Qué puede ser lo siguiente que entregue a la imprenta? Sólo él lo sabe. Pero seguro que se toma un largo período de reflexión y escritura para perfilarlo.

sábado, 23 de agosto de 2014

Se está haciendo cada vez más tarde



A pesar de que esta obra se subtitula “Novela en forma de cartas”, lo cierto es que solamente llevando a cabo un titánico esfuerzo de buena voluntad podríamos admitir que pertenece a dicho género. Tabucchi nos pone sobre aviso en la página 29, afirmando que este libro es un “vuelo pindárico que no tiene lógica”, y lo subraya poco después con palabras cristalinas: “Una cosa nada tiene que ver con la otra, ni un trozo de historia con otro trozo de historia, y todo resulta así, igual que la vida, que no obedece a rimas” (p.89). Es exacto. Este volumen no tiene (salvo a los efectos del marketing) densidad ni sentido novelescos. Abundan en él, sí, las ensoñaciones filosóficas, las intertextualidades o las finas esquirlas de humor; pero no atesora la honda trabazón unitaria que requiere (no nos engañemos) una novela. Lo que ocurre es que hoy se vende mucha literatura camuflada bajo ese rótulo, porque parece que los gustos generales de la masa lectora van por ahí.
Antonio Tabucchi, de todas formas (sus editores deberían tenerlo en cuenta), no precisa de tales subterfugios. Sobre todo, cuando redacta textos tan magníficos como Buenas noticias de casa o tan venenosos como Con lo bueno que eres. Su escritura es tan eficaz y tan primorosa que no exige etiquetas vendedoras de pacotilla. Los buenos lectores aplauden la calidad, y no los marbetes engañadores que la disfrazan.
Y otro aplauso (ya que usamos esa palabra) merece el traductor, Carlos Gumpert, que consigue un ritmo sintáctico exquisito y que escribe, para adaptar a nuestro idioma las frases hechas del italiano, expresiones como “a ojo de buen cubero” (p.17), “en un pispás” (p.38), “no pega ni con cola” (p.62) u “olía a chamusquina” (p.162), entre otras no menos peculiares y castizas.

Un libro, pues, que nos sitúa ante el Antonio Tabucchi menos comercial y más complejo, y que nos demuestra que la mezcla sabia de poesía, erudición y relato produce, casi siempre, unos resultados inmejorables.

viernes, 22 de agosto de 2014

La vida ondulante



Se ha dicho muchas veces (y es verdad) que los libros son entidades cambiantes, caleidoscópicas, tan vivas como los seres humanos que las leen; tomos llenos de prodigios, que en cada relectura que emprendamos sobre sus páginas nos ofrecerán bellezas distintas, sensaciones distintas, revelaciones distintas. Lo que El principito nos dijo a los 15 años no es lo mismo que nos dirá a los 30; y lo que Rayuela nos entregó a los 30 no es lo mismo que nos deparará a los 50.
En el caso de los volúmenes de aforismos, esta afirmación es mucho más exacta y más evidente todavía. Las frases que subrayas en enero pueden ser unas, pero en abril puede que un acontecimiento inesperado (una muerte, un desamor, una traición, una alegría) cambien tu percepción de las cosas y sientas mucha más afinidad por otras, desdeñando o matizando las primeras.
Gracias a mi amigo Pepe Colomer he descubierto el libro La vida ondulante, del navarro Ramón Eder (Lumbier, 1952), que reúne tres trabajos aforísticos muy valiosos: Hablando en plata, Ironías y Pompas de jabón, que ahora conforman un único tomo en la colección “A la mínima”, de Renacimiento. Y estoy seguro de que, dentro de unos años, si lo releo, retendrán mi interés unas líneas que no son las que he subrayado ahora. Pero como somos animales sujetos al tiempo y es absurdo rebelarse contra esa evidencia, anotaré cuáles son las sentencias que hoy, sin más comentario que su enumeración: “El pasado que no se olvida es el futuro que nos espera”. “Hay caras que parece que están traducidas”. “Cualquiera puede hacer profecías, pero muy pocas personas pueden decir qué es lo que está ocurriendo en el presente”. “Cuando vemos todo negro cometemos el error de ver las cosas como son”. “Somos inmortales todos los días de nuestra vida, excepto uno”. “El fin justifica los miedos”. “Se estaba derrumbando y quería convertir a sus amigos en albañiles”. “No dejes para la otra vida lo que puedas hacer en esta”. “En la vida sólo podemos echar un grano de arroz en la balanza, pero podemos elegir el platillo”. “Los filósofos son los hombres del Tiempo”. “Acariciar purifica las manos”. “Siempre cometemos los mismos errores, lo cual nos da una especie de extraña coherencia”.

jueves, 21 de agosto de 2014

El oro celeste



En el mundo de la literatura, lo que distingue a un gran fabulador no es su capacidad para extenderse (si aceptáramos esta idea deberíamos admitir que Juan Antonio de Zunzunegui lo es: aberrante conclusión), sino su capacidad para “concentrarse”, para aquilatar mirada y vocabulario y poner ambas cosas al servicio de la disciplina narrativa. El escritor de raza intuye, detecta, conoce y usa (por ese orden) los mecanismos que habrán de conformar su materia narrativa. Y si realiza bien su labor (lo que constituye un albur, que no sólo de su voluntad depende) obtendrá una obra que tal vez supere o infrinja la crueldad de los calendarios.
Manuel Moyano (Córdoba, 1963), que desembarcó en las arduas playas del cuento con su volumen El amigo de Kafka (tomo que exhibía una absoluta perfección y que obtuvo el premio Tigre Juan en el año 2002), es también el autor de El oro celeste, una selecta gavilla de fábulas donde nos vuelve a deslumbrar con su técnica depuradísima, con su olfato para descubrir historias singulares y para trasladarlas al papel del modo más exquisito, y con la exactitud logarítmica de su sintaxis. Manuel Moyano es un demiurgo habilísimo, al que no hay matiz que se le escape en el ejercicio de su actividad literaria. De ahí que sus relatos alcancen la meseta de la perfección en cuatro, diez o quince folios, porque tiene ojos de acuarelista, oído de luthier y un diccionario lleno de palabras y de sensibilidad instalado en la muñeca.
Los lectores que tengan el buen gusto de sumergirse en este libro descubrirán en él muchas historias inolvidables: el títere que lamenta el bochorno de su mediocridad; las melancolías derrotadas de Paco Pérez; las peripecias de Medardo, que se disciplinó para ser un caballo y que perseveró en su mutación; la inquietante aventura hipnótica de Benjamín Arrieta; o ese texto magnífico titulado “El espíritu del griego”, donde se juega con la posibilidad de que Aristófanes nos transmita desde el más allá (con la ayuda de un médium casi analfabeto) una comedia inédita.

Manuel Moyano es un escritor brillante, sorprendente y lleno de magia. No lo descubran ustedes los últimos.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Furia



Si ustedes quieren, me pongo estupendo y comienzo a hablarles de los primores intertextuales de esta novela de Salman Rushdie (Furia), o de la complejidad psicológica de sus personajes, o de la hondura barroca de su concepción desde el punto de vista neo-estructuralista. A mí, si he de ser sincero, no me cuesta ningún trabajo. Pero la verdad, la auténtica verdad, es que el escritor hindú nos dejó en estas páginas un plomo del tamaño del Titanic; y que, como el Titanic, se va a pique nada más adentrarse en ellas.
Nos cuenta la indefendible historia de Malik Solanka, un sesudo profesor de la universidad de Cambridge que, un buen día, seducido por los oropeles de la fama, decide cambiar de trabajo, de lugar de residencia y de entorno familiar. Parte entonces hacia Nueva York, donde abandona la docencia y se dedica a la fabricación de muñecas-filósofo (así, como suena) destinadas al mundo de la publicidad, la televisión y los dibujos animados. En su camino surge también la espectacular Neela Mahendra, un pedazo de señora que lo involucra en una revolución bananera en el lejano país de Liliput-Blefuscu. Y hay también una chica jovencita, cuya sensualidad lo desnorta a ratos. Y un grupo de jovenzuelos de la calle, que resultan ser unos genios de la informática. Y una misteriosa ola de crímenes que enrarece el ambiente a su alrededor. Y la esposa y el hijo que Malik ha dejado a sus espaldas.
Al final del libro (no tengo cuajo para llamarlo novela, espero que ustedes me disculpen), el lector solamente tiene clarísimo un detalle: el protagonista se apellida Solanka. No en vano, Salman Rushdie repite la palabreja en 578 ocasiones (he tenido la benedictina paciencia de realizar el cómputo, dado que la obra no parecía contener nada más entretenido o inteligente en lo que posar los ojos).

Lo que ignoro es por qué alguien tan reputado como Salman Rushdie entregó a sus lectores una tontuna de este calibre. Quizá la explicación haya que buscarla en Padma Lakshmi, un vertiginosa modelo de 30 años que se había enamorado perdidamente del sesentón hindú desde que éste firmó un contrato millonario con la editorial Random House. Las prisas y el atolondramiento no son nunca buenos consejeros para la literatura.

lunes, 18 de agosto de 2014

Diario de un genio



El hombre que esmaltó la frase “Picasso es un genio; yo también. Picasso es comunista; yo tampoco”; el iluminado que se consideraba el salvador de la pintura; el cisne paranoico de Port Lligat; el egocéntrico artista que escribió: “Soy el genio de más amplia espiritualidad de nuestra época, el auténtico genio de los tiempos modernos”; el desequilibrado al óleo que hizo del pincel un bisturí freudiano, un escalpelo metafísico y una caja registradora. Ese hombre, Salvador Dalí, fue homenajeado por la editorial Tusquets con una publicación cuidadísima de sus libros principales. El primero de la serie no podía ser otro que este Diario de un genio, que resume bien las rarezas (impostadas o no) y las excentricidades sin cuartel de uno de los pintores más impactantes del siglo XX español.
Así, nos comunica sin ninguna cortapisa sus más sarcásticos juicios filosóficos (dice que el alemán Friedrich Nietzsche fue “un hombre débil, que había tenido la debilidad de volverse loco”, p.25) o sus más enérgicas posiciones de amistad (no cesa de recordarnos a Federico García Lorca, “el ser más apolítico que jamás he conocido”, p.110; y a Pablo Picasso, “el hombre más dinámico”, p.219). Pero no se detiene ahí. Con prosa detallista, nos habla de sus deposiciones (tamaño, frecuencia y color), de las películas que le gustaría filmar (cuyos argumentos, que no tienen desperdicio, se recogen entre las páginas 132 y 135) o de la infinita perplejidad que le provoca la existencia gris de sus semejantes (“Cada vez me cuesta más comprender cómo los demás pueden vivir sin ser Gala o Salvador Dalí”, p.160). Nada consigue frenar a este artista que se gustaba como “supremo provocador” (p.268) y que hizo pública ostentación del “colosal escándalo de haber nacido genio” (p.253).

Muchas personas creen que Dalí es admirable a pesar de su megalomanía y sus locuras, puesto que su obra lo salva. Pero no calibran que quizá el mundo entero admira esa obra porque Dalí se encargó de llamar la atención sobre ella, con sus estudiadas boutades. El sello catalán Tusquets, con la oportuna edición de estas memorias (no surrealistas, no provocadoras, no infatuadas: simplemente dalinianas), nos ofrece un documento primordial para conocer a este tótem pictórico del siglo XX.

domingo, 17 de agosto de 2014

Ojos de fuego



Hay escritores ante los que, apenas leídas las dos o tres primeras páginas de su obra, uno sabe que hincará la rodilla y se dejará seducir por la magia de sus ficciones. Antonio Parra Sanz es uno de ellos. Todas las virtudes estilísticas (de alto nivel) que se observan en sus cuentos, ensayos y novelas están en Ojos de fuego al servicio de una trama policial en la que el autor demuestra conocer muy bien la alquimia delicadísima que permite la obtención del oro narrativo.
Ningún ingrediente, en verdad, echará en falta el aficionado al género negro que se acerque a estas páginas: un detective esculpido en la fragua de Carvalho; un barman filósofo, que sirve copas con el aplomo irónico de un lord inglés; un yuppi coronado de brillantina y que se ducha el esófago con whisky; unos matones que aparecen y desaparecen con sus bravuconadas y sus puños; un Madrid escaparatista y convulso, que vive los días del pelotazo... Y, como notas exóticas, un informático japonés (llamado Ishiwara san) y una empresa de telefonía móvil bajo la cual laten otros negocios menos transparentes y menos confesables. Sumen a este cosmos la presencia de Katrina Weiss, una mujer que carameliza el aire a su paso y cuyos ojos incendian las almas de quienes son mirados. No se necesitan más pistas para comprender que estamos ante una novela pensadísima y eficaz.
Y todo ello combinándose en 22 capítulos de inteligente arquitectura, donde los hechos se nos entregan lenta, voluptuosa, sabiamente; donde el lenguaje y la trama se alían para solidificar un volumen estupendo, cuya lectura se agradece y donde comprendemos que hemos llegado al puerto de un escritor de verdad.

Afirmaban los gnósticos que las estrellas no eran cuerpos dotados de luz sino simples agujeros en la bóveda celeste, grietas por las que se filtraba la luz prodigiosa y divina del otro lado. Si aceptamos esta hipótesis (no menos rara o demencial que la teoría de las supercuerdas), convendremos en que la luz que se recibe gracias a los libros de Antonio Parra Sanz es deslumbrante y arrasadora. Ese bombardeo de fotones ha continuado luego en sus libros posteriores, que les invito de forma entusiasta a conocer.

sábado, 16 de agosto de 2014

Las afueras de Dios



“Cualquier paso que yo he dado en mi vida, entiendo que ha sido por amor”, dice Clara Ribalta, la monja protagonista de este libro, en su página 261. “Hay pocos gestos que yo haya hecho que no hayan sido gestos de amor”, le confesaba Antonio Gala a Joaquín Soler Serrano, en una entrevista televisada hace años. Demasiado parecido para que se trate de una simple casualidad. Y si a tal similitud de posturas vitales añadimos que Clara Ribalta (la hermana Nazaret) abandona su convento por una crisis íntima, y que al escritor de Ciudad Real le ocurrió lo mismo en la Cartuja, convendremos en que esta obra tiene mucho de aparentemente autobiográfica.
Una autobiografía, todo hay que decirlo, redactada con una prosa sugerente, algodonosa, llena de efluvios musicales, de ternura sin fin y de orquestación de violines: nadie va a negarle a estas alturas (¿harturas?) al escritor de Brazatortas su facilidad de palabra. Y yo le concedo también ese título. Pero lo que me niego a admitir es que este soporífero tocho de casi cuatrocientas páginas sea una novela, ni tenga pulso ni atractivo de tal. No basta con “escribir bien” para “escribir novelas”: hace falta construir una trama, moldear unos personajes sólidos y creíbles, y engarzar todo eso con tino y sensatez. ¿Y qué es lo que hace Gala en este libro? Pues, en síntesis, dividir su obra en dos partes, y elaborar en ella dos plastas de difícil digestión: la primera (“La hermana Nazaret”) no pasa de ser un catálogo gerontológico de escaso interés novelesco; y la segunda (“Clara Ribalta”) es una colección de diapositivas donde Gala nos endilga su particular catecismo, sus preguntas y respuestas sobre Dios, el alma, la fe y la muerte. En suma, un plomazo de proporciones más que considerables, donde nuestro bastonero más mercantil y melifluo vuelve a demostrar que es el fray Gerundio de Campazas de la cursilería, el Paravicino de la ñoñez verbosa, el Ramonet de las perogrulladas.
El maestro Fernando Lázaro Carreter escribió, en 1980, un juicio que podría aplicarse perfectamente a este libro de Gala: “Es natural que la cólera se desate contra el escribidor por habernos arrebatado un trocito de vida tan tontamente”. Eso es lo que ocurre. Que mientras que podríamos haber empleado nuestras horas (que, como se sabe, están contadas) leyendo un volumen meritorio, honesto, profundo y enriquecedor, las hemos malgastado acercándonos a esta monja (que como personaje es bien poco sostenible) y a este argumento (que está confeccionado con hilvanes tan frágiles que se encuentran al borde del descosido). Es una exhibición lamentable de morro que un autor tan admirado como Antonio Gala acepte pergeñar ladrillos tan infumables como Las afueras de Dios, sobre el que sus estudiosos futuros pasarán necesariamente de puntillas.

Una vez escribió el corrosivo Voltaire: “La Fama dispone siempre de dos trompetas. Una de ellas, aplicada a su boca, celebra las hazañas de los héroes; la otra trompeta se la aplica al ano, y se sirve de ella para enterarnos del fárrago de volúmenes recién publicados, que se escriben en un mes y mueren en un día”. Yo tengo muy claro con cuál de las dos trompetas celebrará la Fama este libro de Antonio Gala. Si ustedes desconfían de mi palabra o entienden que exagero (lo cual es legítimo), léansela. Y luego hablamos.

jueves, 14 de agosto de 2014

Cinco escritos morales



Aparte de ser un novelista con enormes éxitos internacionales (y con algunas decepciones también enormes, para qué negarlo), Umberto Eco lleva décadas siendo un ensayista de prestigio, un pensador respetado, un cirujano de su tiempo y de sus circunstancias. Y para quienes desconozcan esta vertiente de su producción, nada mejor que adentrarse en estos Cinco escritos morales, de agradable formato y amena lectura.
En él, Umberto Eco opina (con la solvencia y el rigor esperables de un intelectual de altura) sobre el tiempo en que vivimos, sobre la guerra, la intolerancia religiosa, el mestizaje, la libertad de prensa y el futuro. Pero que nadie se espante, sospechando erudiciones difíciles, ni párrafos que sólo las personas preparadísimas pueden leer. Nada más lejos de la realidad. Eco ha conseguido dirigirse a todos con profundidad solemne, pero sin renunciar a las palabras de la tribu, al lenguaje cotidiano y directo.
El primero de estos escritos se titula Pensar la guerra y se sitúa en la coyuntura del conflicto del Golfo Pérsico (1991). Yo diría que es el ensayo más áspero de todo el volumen, y su potencia argumentativa es algo endeble. En el segundo (Un fascismo eterno), Umberto Eco analiza todos los ingredientes que, a su juicio, posee la doctrina fascista pura, a la que él llama con gran acierto “Ur-fascismo”: culto a la acción, rechazo de la modernidad, racismo a ultranza, apelación a las clases medias frustradas, nacionalismo, elitismo, etc. Es un análisis que asombra por su nitidez y contundencia. El tercero, titulado Sobre la prensa, es una petición para que el mundo del periodismo retorne a la seriedad y también al rigor, olvidando los populismos y mentiras del Poder, en cuyos brazos tan fácilmente se ha rendido en las décadas pasadas. Y los dos siguientes escritos, con los que cierra el volumen, son dos bravas defensas de la ética natural, de la tolerancia y del respeto a nuestros semejantes, que serán las normas de actuación que permitirán avanzar con orgullo por el siglo XXI, para el que Umberto Eco preconiza una Europa multirracial (“coloreada”, dice él) y una cultura mestiza, en la que todos nos veremos fecundados por las ideas y la piel de los otros.

En un mundo en el que tantos novelistas y ensayistas cometen el pecado de querer aturdirnos con su palabrería, se agradece que intelectuales como Umberto Eco hayan tenido el coraje y la caballerosidad de frecuentar el camino contrario: el de hablarnos de cosas complejas con palabras sencillas. Y eso no constituye un desdoro ni para el autor ni para los lectores. Es, más bien, un soplo de aire fresco que alivia los pulmones y los ojos. Usar el culteranismo para decirnos que los ombligos son redondos es matar moscas a cañonazos.

martes, 12 de agosto de 2014

Don Camilo



Volver a los libros de la adolescencia es como mirarse en un espejo lleno de polvo: no sabe uno muy bien qué nitideces o qué deformidades le devolverá la lámina. Supongo que yo tendría unos 14 o tal vez 15 años cuando, por azar, cogí de la estantería de mi padre esta obra del italiano Giovanni Guareschi, editada por Planeta y traducida por Fernando Anselmi. Y recuerdo que me gustó mucho. No entendí algunas referencias políticas, claro está, pero no importaron para disfrutar con las aventuras de ese cura montaraz, bruto y noblote llamado don Camilo, y del líder comunista del pueblo (Pepón), no menos montaraz, bruto y noblote que él. Me sedujo casi desde el principio (y ha vuelto a hacerlo treinta años más tarde) con ese tono de convivencia caballerosa, dentro de la cazurrería de ambos, con esa divertida rivalidad entrañable, llena de gestos de bonhomía, falsas ferocidades y grandes nexos humanos, superadores de ideologías y de creencias. “Somos dos grandes tipos. Lástima que usted no sea uno de los nuestros”, afirma Pepón en uno de las páginas del volumen. Don Camilo replica: “Lo mismo pienso yo: lástima que no seas uno de los nuestros”.
El cura tiene un punching ball en el desván, caza de forma furtiva, forma un equipo de fútbol para enfrentarse al que tienen los comunistas, interviene como púgil en un combate de boxeo, organiza una procesión en la que participa él solo, renuncia al donativo de una mujer rica a cambio de que ella sufrague la alimentación de los niños necesitados, es sorprendido bañándose en el río y le roban la sotana para ridiculizarlo, compra un periódico revolucionario utilizando un billete falso... Y Pepón, otro que tal baila: dobla hierros con sus manos, organiza huelgas de trabajadores por los motivos más nimios, esconde un pequeño arsenal, defiende a un liberal que va a pronunciar un discurso en el pueblo (y le ofrece su pañuelo cuando un imbécil le arroja un tomate), elogia a don Camilo por considerar que “es un cura, pero no es un cura clerical” (p.188) y ofrece velas a la Virgen para conseguir la curación de su hijo, porque no se fía de Cristo, que se mete mucho en política.
Pero es que, además de sus dos protagonistas principales, este libro contiene a mi entender muchos elementos más para hacerlo atractivo: la fluidez con la que traslada al lector las historias (es dudoso que sea una novela, como pregona el fajín publicitario), el finísimo sentido del humor que Guareschi inyecta casi en todas sus páginas, los parlamentos que Cristo dirige a don Camilo, bastantes pensamientos interesantes del tomo (“La historia no la hacen los hombres, sino que la soportan, como soportan la geografía”, “Los hombres son criaturas desdichadas condenadas al progreso”, “¡Cuán débil es el hombre fuerte cuando se siente ridículo!”) y algunas hipérboles memorables (“En su tierra bastaba escupir para que brotasen maíz y trigo dignos de una exposición internacional”, “Empezaba a vocear blasfemias capaces de descortezar un roble”).

Me ha alegrado redescubrir a Giovanni Guareschi. Quizá vuelva a algún otro de sus libros más adelante.

lunes, 11 de agosto de 2014

Reversos



El único tema que siempre me ha gustado en poesía es el que habla del paso del tiempo, y su repercusión sobre el espíritu de la persona que escribe. Los demás (el amor, la muerte, la amistad, el compromiso político, etc) me han llamado la atención durante un tiempo y luego me he distanciado de sus cauces, unas veces de forma suave y otras de manera abrupta. Quizá por eso me ha gustado tanto el volumen Reversos, de Diego Reche, que es un hermoso libro con el que su autor obtuvo el premio andaluz de poesía Villa de Peligros en el año 2012.
Me han gustado los poemas rimados del tomo (“La casa”, “Cines de domingo” o “El unicornio azul”, donde rinde un homenaje a Silvio Rodríguez) y me han gustado también aquellos en los cuales la rima la pone la añoranza, la tristeza, la melancolía por el paso de los años. Por ejemplo, aquel conjunto de versos en los que se detiene en una fotografía, que es siempre un “instante fugaz / que se salva del óxido del tiempo”. Diego Reche siente las fotografías como cuajarones de tiempo, como minutos fosilizados en papel, como trozos de vida que uno agarrase entre las manos y se negase a soltar, para que el tiempo no los marchite o aniquile. Y por eso las contempla con tanto fervor y con tanto respeto. Ahí está para demostrarlo la hermosa “Fotografía del diván”, donde nos explica que los personajes que aparecen en ella (sus padres) se han ido consumiendo con el paso de los años, pero que el diván, polvoriento y ajado, aún existe, mostrando de forma fehaciente que casi siempre nos sobreviven los objetos que nos rodean y acompañan.
El tiempo, también, puede sumirnos en una ceremonia cíclica, como la que nos resume en “Imagen del padre ausente”: cuando él era niño observaba a su padre mirando y retocando fotos durante la tarde de los domingos, y le asombraba su actitud; ahora, él emplea esas mismas tardes en mirar y retocar versos, y quizá sus hijos experimenten sensaciones parecidas a las que él protagonizó.

Pero no se agota el poemario en estas consideraciones, sino que también emplea un buen número de versos en hablarnos de su condición de profesor alejado de su esposa durante las jornadas laborales o convirtiéndola en protagonista de sus explicaciones poéticas en el aula. En ese sentido, me han parecido deliciosos los diez versos con los que cierra el libro, y que quiero utilizar también para cerrar este comentario, a la vez que recomiendo su lectura: “Te llamas Melibea / en el primer trimestre; / Beatriz, Lisi, Julieta, / Elisa o Galatea en el segundo; / en el tercero Laura, / doña Inés o Leonor. / Mis alumnos no saben / que tienes tantos nombres, / y tú, pensando, mientras, / que te llamas María”.

sábado, 9 de agosto de 2014

La montaña azul



Que en una antología de trece autores apenas haya uno o dos discutibles se antoja un logro descomunal en la literatura española. Y ese notable éxito selectivo lo ha logrado la editorial La fea burguesía, creada por los intrépidos Fernando Fernández, Paco López Mengual y Francisco Marín, con el delicioso volumen que lleva por título La montaña azul. Allí, ordenados alfabéticamente, se alinean desde Rafael Balanzá hasta Juan Soto Ivars, de quienes nos ofrecen unas páginas ilustrativas, muy variadas desde el punto de vista temático.
Algunos, como el caravaqueño Miguel Espinosa, construyen propuestas que rozan la filosofía y la sociología, con un lenguaje de música exacta (“José López / Juan Ignacio”); otros, como ocurre con Pedro García Montalvo, se centran en el misterio creativo a través de la figura de un escritor que sufre porque no recuerda una idea literaria que lo asaltó días atrás (“La creación del mundo”); Salvador García Jiménez escoge de protagonista a Fernando, un chico anclado a una silla de ruedas y que tiene como ídolo al insigne Stephen Hawking, con el que comparte la condición física y el amor por la astronomía (“Tren de Vía Láctea”); Miguel Ángel Hernández deja anonadados a los lectores con dos historias de gran fuerza emocional (“El padre de Thomas Bernhard” y “Noche de fiesta”); Ginés Sánchez sitúa su ficción en un paisaje calcinado, donde la soledad y la muerte planean como zopilotes sobre sus personajes centrales (“Atrapado”); Miguel Sánchez Robles, otra vez lírico, desgarrado, lúcido y existencial, nos habla (“Los partidarios de la parálisis total”) de un centro en el que ingresan a unos singulares pacientes, que parecen tatuados por una conocida frase de Julio Cortázar:  «Estoy enfermo de estar sano en un mundo de enfermos»; de Arturo Pérez-Reverte y de María Dueñas se nos ofrecen sendos artículos aparecidos en prensa.
En la parte central del libro (páginas 91-188) se encuentran los tres relatos que, quizá, constituyan lo más sólido y valioso de la obra: Luis Leante nos acerca hasta una mujer que, encontrándose en un período emocional bastante quebradizo, conoce a un hombre especial, al que duda en vincularse (“Temporada baja”); Lola López Mondéjar nos lleva hasta Oslo, donde una mujer que padecía un cáncer ha decidido el cómo y el porqué de su final (“El hermano gemelo”); y Manuel Moyano redondea el volumen con un cuento que no desdeñaría firmar ni el más prestigioso de los escritores españoles o foráneos: “El experimento Wolberg”. Una auténtica pieza maestra.
En la presentación de esta obra se aseguró que la editorial apostará por una segunda antología de narradores murcianos, en fechas no muy lejanas. Se me ocurre que una posible forma de seleccionar a esos nuevos autores podría pasar por una encuesta a críticos literarios regionales (prensa, radio, televisión) e incluso a los lectores y amigos de La fea burguesía (a través de mensajes privados por Facebook): cada colaborador podría aportar los nombres que estimase convenientes; y luego los responsables de la editorial, ponderando ese catálogo, cristalizaría los nombres que finalmente la habrían de integrar. Participación democrática, escucha a los lectores, amplitud de criterios... ¿Qué mejores condiciones para garantizar el éxito del proyecto?

En todo caso, La montaña azul es un libro lo bastante interesante como para gozarlo en sí mismo. Y lo que tenga que venir después, ya vendrá.

viernes, 8 de agosto de 2014

Aurora



No soy filósofo, ni mi preparación en ese terreno del saber es amplia, así que cuando me adentro en la obra de algunos de sus representantes (Cioran, Platón, Schopenhauer) lo hago con espíritu literario. Sin duda, eso limita mucho mi comprensión y mi aprendizaje, pero no mi disfrute. Y, en todo caso, más pobre me sentiría si, refugiándome en mis carencias de base, renunciase a estas fervorosas exploraciones.
En esa línea, recorro lenta y reflexivamente las páginas de Aurora, de Friedrich Nietzsche, que prologa y traduce Enrique López Castellón, y me vuelve a dejar boquiabierto el esfuerzo sobrehumano del pensador alemán para realizar su particular análisis del mundo, del pensamiento, del arte, de la política y de los hombres. Y utilizo el término sobrehumano a conciencia. Me anonada la forma en que enjuicia, disecciona o desdeña, aparentemente despojado de toda vinculación humana: habla del amor o de la amistad como si no tuviera amores o amigos; habla de los vínculos familiares como si careciese de ellos o le importara bien poco lo que pudieran pensar de él al leerlo; habla de los demás como el que observa microbios o pedruscos. Quizá por eso indica en el aforismo 503 que “puede que nuestros árboles no crezcan tan altos a causa de la hiedra y de las vides que se abrazan a ellos”. Qué vigor tremebundo advertir ese detalle... y actuar en consecuencia, alejándose de las ataduras. Es asombroso. Es anómalo y fascinante. Es durísimo. Tengo que continuar visitando sus obras.

Anoto a continuación las frases que he subrayado en el tomo, por parecerme llamativas, intrigantes o dignas de recordación: “Desde que el mundo es mundo, ninguna autoridad ha consentido ser objeto de crítica” (Prólogo). “En todas las épocas, los hombres se han hecho la ilusión de creer que ahora estamos mejor informados que en ninguna otra época” (Aforismo 2). “Casi siempre ha sido la locura la que ha abierto el camino a las nuevas ideas” (Aforismo 14). “¡Cuánta crueldad gratuita y cuánto martirio han causado las religiones que inventaron el pecado y los individuos que se valieron de ellas para disfrutar al máximo del poder!” (Aforismo 53). “Quizá no haya nada que hastíe tanto como un perpetuo vencedor” (Aforismo 71). “A un individuo que persigue la felicidad no hay que darle preceptos acerca del camino que conduce a ella, ya que la felicidad individual se produce según leyes que nadie conoce, y los preceptos externos no pueden hacer más que impedirla o dificultarla” (Aforismo 108). “Nada os pertenece tanto como lo que soñáis” (Aforismo 128). “La política es el campo de acción de cerebros mediocres, y este campo no debería estar abierto a los espíritus más elevados” (Aforismo 179). “Ese principio supremo de toda cultura, según el cual no hay que dar un alimento a nadie que no tenga hambre de él” (Aforismo 195). “Ningún pensador ha tenido aún la valentía de medir la salud de una sociedad y de los individuos que la componen en función del número de parásitos que es capaz de soportar” (Aforismo 202). “Conviene vivir en un ambiente donde resulte vergonzoso hablar de uno mismo y donde no se dé la necesidad de hacerlo” (Aforismo 364). “No olvida nada, pero lo perdona todo. Entonces será odiado doblemente, pues avergonzará doblemente a los demás, primero con su memoria y segundo con su generosidad” (Aforismo 393). “El alma del cristiano que se ha liberado del pecado suele hundirse después a causa de su odio al pecado. Mirad los rostros de los grandes cristianos. Son rostros de gente que odia mucho” (Aforismo 411). “No hay placer superior al de causar placer” (Aforismo 427). “Cuanto más nos elevemos, más pequeños pareceremos a los que no saben volar” (Aforismo 574).

miércoles, 6 de agosto de 2014

Los jardines de la memoria



Agotadas hace tiempo las posibilidades heroicas o militares de la novelística que trata sobre la Segunda Guerra Mundial o la guerra civil española de 1936, sigue abierto el inmenso caudal de las posibilidades humanas de esos conflictos. De ese venero fértil y en apariencia inagotable han brotado en los últimos años auténticas perlas, como Soldados de Salamina (Javier Cercas), Los girasoles ciegos (Alberto Méndez), La ladrona de libros (Markus Zusak), La llave de Sarah (Tatiana de Rosnay) o varias producciones recientes de Almudena Grandes.
En el año 2000 se editó en Francia un pequeño librito de Michel Quint que luego Ignacio Pérez Fernández tradujo para el sello Salamandra con el título de Los jardines de la memoria y que tiene como protagonista a un niño. Ese chaval se muestra en todo momento avergonzado de que su padre, que es maestro de profesión, emplee sus horas libres en amenizar fiestas, gratuitamente, vestido de payaso. Porque, además, sus actuaciones son tan patéticas y tan faltas de gracia que provocan un bochorno insufrible en su hijo. Un día, cuando menos lo puede esperar, un pariente de su padre llamado Gaston le explica que ambos se vieron involucrados en una operación de la Resistencia contra la invasión nazi en Francia y que, tras haber saboteado un transformador, fueron capturados por los alemanes como rehenes (sin saber que eran culpables del atentado). Fue entonces cuando conocieron a Bernhard Wiki, un soldado que tenía como tarea la de custodiarlos y que, en la vida civil, trabajaba como payaso. Sólo entonces entenderá el narrador por qué su padre comenzó, años después, a disfrazarse también de payaso. Y el propio narrador, por sorpresa, también lo hará para asistir a un juicio especialmente importante: el de Maurice Papon, un célebre colaboracionista francés.

Un libro discreto, más pirotécnico que brillante, pero con el que se puede pasar una buena tarde de lectura.

sábado, 2 de agosto de 2014

Mauthausen, después



Insistir en determinados temas, por enojosa o cruel que pueda resultar esa insistencia, es la garantía de que el olvido no se los trague o los desvirtúe. Y los campos de exterminio nazis (uno de los grandes horrores del siglo XX) es uno de esos temas. Se los ha glosado en películas, series de televisión, artículos y reportajes de prensa, novelas, conferencias y series de fotografías. Pero, por un misterioso magnetismo, siempre parece que quede algo por decir al respecto, siempre brotan ángulos inexplorados, revelaciones nuevas, matices truculentos o anonadantes. La catedrática Mercedes Vilanova, ampliamente reconocida y galardonada, es la responsable de una nueva vuelta de tuerca: las entrevistas a españoles, en su mayor parte de ideología comunista o anarquista, que lograron sobrevivir al campo de Mauthausen. Fueron realizadas oralmente entre mayo y noviembre de 2002 y se condensan en este interesante volumen que publica el sello Cátedra.
Gerhard Botz, autor del prólogo, nos lo condensa bien: «De los 7.200 prisioneros españoles en el campo de concentración nazi de Mauthausen, 5.000 murieron en él y sólo unos 2.200 vivieron lo bastante para ser liberados; únicamente una pequeña parte de ellos vivían aún al empezar el siglo XXI, y de estos 28 fueron entrevistados por Mercedes Vilanova» (p.16). En efecto, son los testimonios de esos veintiocho supervivientes los que sirven para trenzar la base de este tomo. A uno de ellos, el albañil José Egea Pujante, se le identifica en la página 156 como natural de «Arjucel, Murcia» (lapsus ortográfico que no borra su auténtica procedencia, fácil de deducir).
Todos ellos, cada uno con sus matices y con sus particulares recuerdos, vienen a insistir en media docena de ideas centrales: que la supervivencia no se conseguía con heroicidades, sino con astucias (y a veces con mezquindades o traiciones); que cuando se pasa hambre, auténtica hambre, horrorosa hambre, los melindres morales pasan a un segundo término; y que la fortaleza mental era clave para sobrevivir un día más, y luego otro día, y otro... Ningún tema queda fuera de este análisis de la profesora Vilanova: la homosexualidad dentro del campo, la presencia de prostitutas, la crueldad de los SS, las traiciones entre compañeros, los robos de comida... Y todo ello contado por veintiocho personas que estuvieron dentro durante meses o años. Aquí no hablan los analistas, ni los demagogos, ni los políticos de uno y otro signo: hablan los prisioneros; las voces cautivas, torturadas, denigradas, pisoteadas y finalmente emergentes.

Como detalles anecdóticos, muchos descubrirán en este volumen qué fue el Kommando César (un grupo organizado por César Orquín, anarquista de gran astucia que aprendió la lengua alemana, supo granjearse el respeto de sus guardianes nazis y se convirtió en un líder dentro de Mauthausen) o el hecho curioso de que el cineasta Luis García Berlanga fue uno más de los voluntarios que se alistaron en la fascista División Azul (p.117). Y si algún lector quiere completar las revelaciones tristes y brutales de este libro con la visión de bastantes fotografías sobre aquel nauseabundo campo de exterminio sólo tiene que acudir a la obra de Benito Bermejo que se menciona en la bibliografía (Francisco Boix, el fotógrafo de Mauthausen), que está disponible en varias de las bibliotecas públicas de la Región de Murcia. Allí podrá poner rostros y color a las indignidades nazis.