sábado, 28 de junio de 2014

Morituri



Todos tenemos nuestra película favorita sobre el mundo del imperio romano, allá donde nos mostraban legiones en formación, edificios llenos de mármol y columnas, emperadores locos o intrépidos, gladiadores aguerridos y que desconocían el pavor, cristianos comidos en el circo por leones majestuosos o cortesanas con clámide a las que imaginábamos sin ella. Y si pensamos en el mundo de la televisión, ¿quién no recuerda la serie Yo, Claudio, en la que el genial Derek Jacobi bordaba el papel protagonista? Ahora bien, si buscamos una referencia literaria en nuestra mente para documentar esas mismas sensaciones, ¿cuál sería? ¿En qué novela nos sumergimos hasta el punto de creernos instalados en el mundo de Roma y sus adláteres? ¿Tal vez en la citada Yo, Claudio, de Robert Graves? ¿Quizá en el Quo vadis, de Sienkiewicz?
Si a mí me quedaba alguna duda, ya no la tengo, después de leer la gran obra Morituri, de Francisco Gijón. En ella se nos presenta a una serie estupenda de personajes, que luego se irán mezclando entre sí para conformar una trama tan sólida como implacable: Diocles, un legionario caído en desgracia (acaba de matar a un superior), que ingresa en una escuela de gladiadores; el general Cneo Julio Agrícola, que ha sido relevado del servicio y devuelto a Roma, con el fin de tenerlo más controlado (el emperador no acaba de fiarse de él, aunque es un hombre sin duda íntegro); el liberto Elpidio, que recibe la orden de organizar unos juegos circenses innovadores y sangrientos; el senador Ninfidio, ambicioso y carente de escrúpulos; el emperador Domiciano, que está pensando en iniciar una campaña contra los bárbaros, en la que quiere llevarse al fiel Trajano... Los protagonistas, esencialmente, están ahí. Pero las acciones en las que se enredan son tan variadas que se antoja imposible resumirlas: un complot para poner fin a la vida de Domiciano; un grupúsculo de senadores descontentos que tienen un candidato idóneo para sustituir al botarate que ahora los gobierna; un actor que se está acostando con la esposa de Domiciano; los escritores Marcial y Juvenal, que aparecen constantemente en fiestas y reuniones, con sus ironías cultas y sus malevolencias...
Pero, sobre todo, yo me he sentido conmocionado con las descripciones que Francisco Gijón nos aporta sobre los espectáculos que se desarrollan en la arena del circo: luchas a muerte de gladiadores; combates de personas con los ojos vendados, para que se hieran en medio del terror (los andabatae, tal y como se nos cuenta en la página 170); niños embadurnados con brea y colocados en cruces para que, al quemarlos vivos, actúen como antorchas nocturnas (la terrible secuencia puede leerse entre las páginas 214 y 215); hábiles recortadores cretenses que saltan con éxito (a veces sin él) sobre toros salvajes; naumaquias con cocodrilos e hipopótamos, a las que se arroja a condenados para que sean devorados ante el público; jóvenes prostitutas que, engañadas por un precio alto, son violadas por animales en medio de la arena, para regocijo general...

Créanme si les digo que Morituri no es un libro más, de los muchos que nos ofrece el mercado literario semanalmente: es una excelente novela, llena de retratos fieles sobre el mundo romano, que les provocará una atracción de todo punto irresistible. Una apuesta segura para los días del verano.

1 comentario:

Mercedes Gallego dijo...

En lo personal y en lo literario, soy admiradora de Francisco Gijón. Esta novela me ha intrigado siempre, pero con tu descripción ya no puedo dejar de leerla. Ahora mismo voy a por ella.