jueves, 8 de mayo de 2014

Infierno de neón



Estamos en el sureste español, entre las provincias de Murcia y Almería. Unas chicas que ejercen la prostitución y que están hartas de las sevicias inhumanas que padecen desde hace tiempo han optado por poner en peligro sus vidas y huir de los proxenetas que las explotan. Pero la organización que las reclutó con engaños es poderosa y sus métodos son tan expeditivos como incontestables: el primer intento de fuga se castiga con mutilaciones, palizas o violaciones con perros. Ellas ya han padecido esas abruptas represalias. Ahora abordan el desesperado segundo intento; y el castigo (lo saben) es la muerte.

Hasta aquí, nada que escape al brutal panorama que una buena novela negra puede dibujar como arranque. Pero el valenciano Juan Ramón Barat (Borbotó, 1959) introduce como involuntario testigo de estos crímenes a Matías Vidal, un profesor de filosofía que atraviesa una situación personal de lo más aciaga (su mujer lo ha abandonado para irse con un banquero, y se ha llevado a su hijo) y que descubre con asombro y con horror a las dos víctimas, unas de ellas agonizante. A partir de ese momento, su existencia dará un vuelco, porque los asesinos intentarán dar con él para eliminar a tan incómodo testigo. Sólo contará, ahora, con la ayuda fiel de dos personas: el inspector Corrales (un perro viejo que no ha perdido sus ideales juveniles) y su amigo Quasimodo (poeta y bohemio, de enorme generosidad). Gracias a ellos le resultará menos complicado atravesar ese infierno de persecuciones, intentos de asesinato, allanamientos de morada y pánico constante que se ciernen sobre él. Hasta que, de pronto, como una luz pentecostal que le llegase de lo alto, Matías descubre que debe cumplir una misión: si su vida está destrozada, si él se siente zarandeado por el oleaje y condenado a sufrir, ¿por qué no intenta ayudar en la lucha contra esos proxenetas? ¿Por qué no colabora con el inspector Corrales (o trabaja por libre) para combatir esa plaga? ¿Qué tiene que perder? ¿No es posible que, ayudando a esas mujeres esclavizadas, se libere él mismo y encuentre una verdad que lo redima y le dé sentido? Realmente, no sé si estamos tan sólo ante una novela negra. Yo creo que su propósito va más lejos... Mucho más lejos. Juan Ramón Barat nos ofrece en estas páginas una historia de humillados y ofendidos, de perdedores, de derrotados por la vida, de náufragos. Seres que rozaron o creyeron rozar la felicidad y que infaustamente la vieron alejarse sin remedio: chicas centroeuropeas que buscaban el dinero necesario para casarse con su novio del pueblo; chicas sudamericanas que creyeron venir a España para cuidar niños y que se vieron de pronto violadas, prostituidas y con sus documentos legales requisados; profesores de filosofía que, expulsados de un matrimonio sedante, conocieron el desierto del abandono y de la soledad; policías que, al borde de la jubilación, se encuentran hartos de que su trabajo contra el crimen se haya visto durante décadas torpedeado por intereses políticos, económicos y judiciales… Y, en el otro lado de la balanza, los feroces responsables del Mal, ordenados piramidalmente: desde la cúspide (donde se encuentran don Carlos y Cesare Parelli, habituados a la impunidad y el lujo) hasta la base, donde menudean los sicarios de gimnasio y palillo en los dientes, que cuentan con la colaboración de algunos policías corruptos (a quienes les gusta “probar” la mercancía humana que va llegando). Un escenario de náusea que J. R. Barat organiza habilidosamente en una novela que, con justicia, se alzó con el premio Ciudad de Salamanca, y que ahora publica con gran elegancia Ediciones del Viento.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Humillados y ofendidos. Como media España.