miércoles, 14 de mayo de 2014

A media página



Pese al descrédito que suelen tener los libros misceláneos entre el común de los lectores (que los identifica con una especie de cajón de sastre), a mí me gustan mucho. De ahí que no dudase a la hora de sumergirme en uno firmado por —ni más ni menos— el madrileño Medardo Fraile. Y el volumen, con la excepción de la parte final (un anodino aunque respetable paseo que podría haberse titulado “Cuánto me gusta este libro”) y de algunos chirridos ortográficos que presenta el tomo (“Humberto Eco” en la página 222 o “Eliazer Cansino” en la 255), me ha resultado satisfactorio por muchas razones: su sentido del humor (“Es bien sabido que en este país se lee poco. Una solución sería rebajar nuestras ambiciones y, en vez de recomendar que se lean libros, aconsejar que sólo se lean capítulos. El editor podría enfajar el libro diciendo: «No se lea este tocho si no quiere, pero no se pierda usted los capítulos tal y tal»”, p.34), su ironía culta (afirma que el tiempo que se emplea en leer a escritores mediocres o completar sudokus se podría utilizar para estudiar Latín, Arte o Filosofía), su desdén por las exageraciones futbolísticas (“Faltan hinchas de la cultura y es evidente que nos sobran hinchas del deporte”, p.88), su convencimiento de que no siempre dirigimos la vista hacia lo importante (“El cosmos nos abre tiendas de delikatessen todos los días, pero no las queremos”, p.164), algunos juicios literarios significativos (“Flaubert, el escritor que menos pudo soportar la estupidez humana”, p.193) o su admiración por quienes desempeñan con fervor su actividad profesional (“No hay más ley de enseñanza que profesores de ley”, p.234).

Medardo Fraile, buen cuentista y buen ensayista, siempre regala horas dichosas a sus lectores. Recomendable.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

El humor, al menos, sigue siendo importante.