miércoles, 9 de abril de 2014

Hospital cínico



Encontrar una buena historia no requiere desplazamientos en el espacio ni en el tiempo. A veces, basta pasear los ojos por aquello que nos rodea y ejercitarse en la profundidad de la mirada. De ahí que resulten tan chocantes esos fabuladores que se obstinan en ambientar sus historias en el siglo XIX o que sitúan a sus personajes por New York, Helsinki o Kinsasa, creyendo que si los dejan en Albacete y en 2013 su novela no va a funcionar o seducir. Chocantes y, desde luego, equivocados, porque las grandes creaciones del espíritu humano siempre se han producido cuando el genio mira a su alrededor, reflexiona, fantasea y construye sobre él su obra. Wallace Stevens lo dejó consignado en uno de sus aforismos: «La imaginación aplicada al mundo entero resulta insípida si se la compara con la imaginación aplicada a un detalle». Me parece que es rigurosamente cierto.
Diego Prado, menorquín nacido en 1970 pero que reside en Hospitalet de Llobregat desde hace más de una década, acaba de publicar en el sello Sloper una novela que secunda ese principio rector. Se llama Hospital Cínico y se impone a sí misma unas estrictas limitaciones temporales (un día) y espaciales (un centro sanitario), casi al modo en que los preceptistas aristotélicos se aferraban al canon de las tres unidades. La única ruptura que el autor se autoriza consiste en olvidarse de la unidad de acción (la siempre polémica y difusa unidad de acción) y multiplicar, como no podía ser de otro modo, los personajes e historias que esa gran colmena hospitalaria cobija. Para otorgarle mayor solidez y mayor cercanía a su narración, Diego Prado estipula que, desde dentro, uno de los protagonistas se convierta en espectador y escriba, en auditor y cronista, en ojo y mano. Una suerte de topo narrativo que sirve de conexión entre los personajes y los lectores. Se trata de un auxiliar de archivo que, lejos de sentirse satisfecho con la vida monótona que lleva a cuestas, arrastrando su carrito por los pasillos interminables del centro, se dedica a ir componiendo en sus ratos libres una novela. Para ello utiliza sus dotes de observación y elige con cuidado a aquellas personas del entorno que más adecuadamente podrán ser los actores de su obra: un anciano escritor de mediana fama, Gaspar Manaport, que se encuentra internado para tratarse de un cáncer y que erosiona sus pulmones con los últimos cigarrillos, que consume a escondidas en la terraza; el petulante doctor Fermín Cojosa, jefe de Cirugía Menor, que no acepta su mediocridad y que trata de camuflarla mediante la invención de una estrafalaria vacuna, de la que espera dinero y fama; Alejandro, el Sandrucas, un mendigo filósofo que perdió a su familia en un accidente y que vive obsesionado con la idea de donar su cuerpo a la ciencia; Luis, un simpático y algo desconcertante camillero que durante sus guardias nocturnas ve figuras extrañas (sobre todo, el espectro de una monja cubana que, al parecer, trabajó en el hospital y se dedicó a practicar la eutanasia con enfermos terminales); el padre Ivo, sacerdote de 77 años que trabaja en el centro y que, atacado por tentaciones carnales de lo más insidiosas, solicita reiteradamente el traslado a una pequeña parroquia rural, donde no tenga que cruzarse con doctoras de pechos firmes y enfermeras con piercings tentadores; o, para no alargar la enumeración, la doctora Montserrat Castillejos, una hipocondríaca que, después de haber mantenido una relación sexual de lo más turbadora con un camionero, está atravesando una etapa personal muy delicada.
Establecido ese elenco de la obra, introduzcan en escena a la ministra de Sanidad (que acude al centro para ser sometida a una pequeña intervención quirúrgica) y añadan un apagón generalizado en Barcelona, que deja sin luz el hospital durante bastante tiempo.

Y no, no teman: no les he contado absolutamente nada de la novela, que es ingeniosa, hábil, lírica y brusca según las páginas, firme y coherente. Diego Prado demuestra buen pulso para personajes y acciones, que sostiene con vigor. Y Sloper, timoneada por Román Piña Valls, se marca otro tanto de calidad con la publicación. Ténganla en cuenta.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Aunque sea brusca, apunto su nombre