miércoles, 1 de enero de 2014

Ajuar funerario



No es la primera vez que incorporo a este Librario íntimo un volumen del peruano Fernando Iwasaki, y sospecho gozosamente (también golosamente) que no será la última. Es un escritor al que admiro. Este nutrido catálogo de microrrelatos salió hace casi una década (abril de 2004) en la editorial Páginas de Espuma, y no ha perdido ni un ápice de frescura, elegancia, contundencia ni brillantez. Manejándose con escalofriante habilidad en el terreno literario (o con habilidad literaria en el terreno escalofriante), Iwasaki nos suministra aquí ochenta y nueve pequeñas maravillas donde exhibe su musculación estilística hasta límites anonadantes y donde nos sorprende con argumentos que dejan al lector con la boca literalmente abierta: de asombro o de pánico.
Nos cuenta acerca de piezas de hotel donde nos esperan el espeluzno y la más atroz condena (“La habitación maldita”); sobre el urinario estrecho, sucio y oscuro de una gasolinera de carretera, donde nos puede estar esperando un horror que carece de forma (“W.C.”); sobre niños que explotan la cama de sus padres metiéndose bajo la colcha y encuentran bajo sus pliegues una inquietante aventura infinita (“La cueva”); sobre chiquillos que, hartos de ser receptores del desdén o las trompadas de sus compañeros, se inventan para sus padres una biografía espuria (“Peter Pan”); sobre monjas que se convierten en crueles perros guardianes que devoran a los intrusos cuando éstos escalan las tapias de su patio (“Dulces de convento”); sobre juguetes en miniatura que se pueden transformar en inquietantes pesadillas (“La casa de muñecas”); sobre unas fotografías de niños muertos que pueden adquirir una dimensión más bien inquietante (“Los ángeles dormidos”); sobre ascensores donde un atasco que se produce un viernes de agosto puede transformarse en un desasosiego (“Familia numerosa”); sobre el cruce y la simbiosis entre el humor y la infidelidad (“A mail in the life”); o, en fin, sobre un padre que, tras depositar a sus hijos en los asientos posteriores del coche, se demora demasiado en preparar el desayuno, mientras la calefacción y el dióxido de carbono realizan su tarea (“Vamos al colegio”).

Fernando Iwasaki consigue que cada relato de este libro alcance la sonoridad perfecta, el equilibrio perfecto, el vocabulario perfecto, el perfecto cierre. Las más importantes pesadillas del ser humano aparecen aquí, dibujadas por un maestro de la literatura.

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