domingo, 20 de octubre de 2013

El equipo Hércules y el oro de Rommel



No es tan fácil, a pesar de lo que algunos ingenuos sospechan, escribir literatura para jóvenes. Primero, hay que elegir unos temas que les parezcan sugerentes; después hay que seleccionar unos protagonistas con los que se puedan identificar, de una u otra forma; más tarde debe buscarse un tono y un vocabulario que les resulten accesibles y seductores; y por fin deben conjuntarse todos esos elementos en una trama ágil, amena, con momentos climáticos y anticlimáticos, sorpresas y quiebros. ¿Fácil? De ninguna manera. Por eso produce tanta felicidad encontrarse con buenos textos juveniles, en medio de la habitual grisura que caracteriza el panorama en España.
Francisco Peñalver Giménez es el autor de El equipo Hércules y el oro de Rommel (Círculo Rojo, 2012), una historia de búsquedas, tesoros, fidelidades y aprendizajes, protagonizada por tres amigos que prometen continuidad: Guillermo (un adolescente con sobrepeso, adicto a los ingenios electrónicos, cerebral e ingenuo), Jorge (musculoso, simpático, impulsivo, voluntario en el cuerpo de bomberos) y Laura (trece años mayor que ellos, exploradora marina, idealista y generosa). Esta primera aventura en la que se ven embarcados (y nunca mejor dicho) arranca cuando Guillermo recibe un misterioso mensaje con unas coordenadas cartográficas que Laura traduce para ellos: el punto que señalan se encuentra en pleno Mediterráneo, no demasiado lejos de Isla Grosa. ¿Qué es lo que se supone que tienen que localizar? ¿Qué secreto se oculta en el fondo del mar, justo en ese punto? Ninguno de los tres lo sabe, como es lógico, pero las inmersiones que comenzarán a producirse para desentrañar el asunto tendrán un añadido inquietante: si tres son los protagonistas de la narración, viajando en el Carcharias, tres serán también los enemigos, que se acercan hasta ellos a bordo del Nemrod: dos sicarios albaneses, tan descerebrados como expeditivos (uno de ellos porta un martillo con restos de sangre, con el que tortura y mata a sus adversarios), capitaneados por un curioso buscador de tesoros que se hace llamar Doctor Toppi, viejo conocido de Laura.
Todos buscan lo mismo pero, acogiéndose al fértil canon de Todorov, unos actúan como protagonistas y otros como antagonistas, estableciéndose una dialéctica de buenos y malos en la que Toppi, educadísimo y culto, parece por momentos nadar entre dos aguas. De hecho, sus exquisitas maneras de gentleman (cortés, pulcro en el vestir, elegante en la dicción, entendido en vinos) comenzarán provocando un cierto síndrome de Estocolmo en Guillermo, más impresionable y candoroso que sus compañeros de aventura.
Pero es que la línea principal narrativa que Francisco Peñalver nos pone ante los ojos no es el único imán para los lectores. Hay al menos otras tres que capturarán su atención y que enriquecerán la trama: los sucesos acaecidos en 1943 (el viaje de un submarino alemán cargado de cajas selladas que nadie ha recuperado nunca), el modo truculento en que el doctor Toppi perdió una de sus manos... y ese final abierto que nos permite soñar con una prolongación de la historia.

Estamos, pues, ante el prometedor arranque de una serie que, esperemos, muy pronto nos ofrecerá su continuación. Francisco Peñalver Giménez se ha ganado el derecho a que confiemos en su pluma, e incluso a que más de un profesor de instituto consulte esta obra y se plantee la posibilidad de ponerla como lectura en su centro.

1 comentario:

supersalvajuan dijo...

Pues confiaremos en su pluma