martes, 11 de junio de 2013

Lo que esconden las palabras



Escribir, lo sabemos de sobra, es una tarea interminable y de trazado muy extraño. Hay quienes emprenden el camino a edad tempranísima (estoy pensando en poetas como Arthur Rimbaud o en dramaturgos como Alfred Jarry) y otros que prefieren ante todo la calma y postergan su nacimiento literario hasta límites más que llamativos (como los narradores Alberto Méndez o Gonzalo Hidalgo Bayal, que han aguardado casi hasta la senectud para firmar con serenidad sus páginas y darlas a la imprenta). A la postre quizá no importe demasiado la fecha que ostenta el DNI del escritor, y sólo haya que medir una trayectoria literaria por el resultado último. El gran Ramón Gómez de la Serna, hoy olvidado con injusticia, escribió una vez (en su hermoso volumen Cartas a las golondrinas) que la impaciencia no es sino dolor de alma. Tal vez no le faltase razón.
Durante varios años, he tenido la inmensa suerte de convivir en un taller de escritura que se celebra en Molina de Segura (Murcia) con todas las personas que pueblan este libro (y con algunas más, que poblarán venideros volúmenes) y he observado cómo un entusiasmo envidiable les unía y les impulsaba. Escribían con tenacidad durante la semana, robándole minutos a otros quehaceres vitales; leían durante la sesión de puesta en común, con la voz más bien temblorosa; intercambiaban opiniones con sus compañeros, siempre respetuosos y moderados; se cruzaban comentarios llenos de tino; rectificaban todo aquello que consideraban oportuno y mantenían lo que su corazón les etiquetaba como inalterable. Y así han ido construyendo un equipaje de palabras e historias que ahora ofrecen resumido en este volumen. Algunos de ellos han ganado certámenes literarios; otros casi se estrenan con esta publicación. Pero todos están unidos por el mismo fervor, limpio e inquebrantable, que a la postre les sirve como combustible. Saben que en el mundillo literario proliferan los premios amañados, los intereses comerciales, los apellidos del autor, la potencia del agente que lo representa y otras cortapisas que, a buen seguro, resultarán del todo inútiles para detener su vuelo. Y lo sé con certeza porque tengo el privilegio de conocerlos, de haber cultivado su amistad y de haber leído y escuchado lo que tienen en el alma y en el corazón a través de sus palabras, desgranadas semana tras semana alrededor de la enorme mesa en la que nos reunimos, con chocolates y con refrescos, con bollos y con pasteles, con bizcochos y con ilusiones. Traían sus folios apretados contra el pecho o metidos en la carpeta, como hijos tibios que quisieran proteger de las inclemencias del tiempo; y luego los sacaban a la luz con infinita dulzura, con el pudor de quien no está seguro de poder leerlos sin quebranto.
Cada uno de ellos viene de un mundo distinto (de la banca, del comercio, de la sanidad, de la administración pública, de la enseñanza), pero cuando uno tras otro aclaraban la voz en aquella acogedora sala de El Retén y entregaban al aire el regalo fastuoso de sus palabras, ya no eran diferentes. Se habían transformado como por arte de magia. Eran la Literatura haciéndose luz, inicio, sentimiento. En unos, esa luz se manifestaba en frases largas, lujuriosas de tirabuzones; en otros, el camino elegido era la diamantina concreción de la metáfora. Unos preferían ser más directos en sus narraciones; otros, más sinuosos o tangenciales.

Sus nombres son Adelaida Romero Rodríguez, Anto Gambín, Carmen Granero, Carmina Martínez Maricó, Conchi Andrés Ortega, Jose Moreno, Mª José Cutillas, Meri Martínez, José Gómez Larrosa y Victoriano García Guillén. Aquí están, reunidas, algunas de sus historias. Ustedes pueden gozar ahora del privilegio hermosísimo que yo ya no tengo: leerlas por primera vez. Les aseguro que es un auténtico lujo del que deberían disfrutar, como yo lo hice en su día. La escritora murciana Concha Martínez Miralles denunciaba en su obra Libertad condicionada que “lo peor es la prisa: siempre hay mucha”. No dejen que esa celeridad les estropee el placer. Gocen de cada línea, de cada párrafo, de cada historia contenida en este libro. Comprobarán que hay aquí mucha belleza aguardándoles.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Muchas gracias por estas palabras y por las que escribiste en nuestro particular "Pórtico de la gloria". Ha sido un placer aprender junto a un gran maestro cómo tu. Espero que se repita. Un beso, Adela.

Leandro dijo...

Y otros que empezaron a edad temprana, desaparecieron como escritores toda una vida y reaparecieron, a veces con una fuerza inusitada, en la ancianidad. Estoy pensando en Henry Röth y, en menor medida, en Felipe Alfau. Sí, algunas trayectorias vitales y literarias son un buen alimento para la paciencia, y a veces, todo un clavo ardiendo. Qué buenos recuerdos de tardes de taller, joder...