domingo, 9 de junio de 2013

La última noche de Víctor Ros



Si me preguntaran cuáles son los personajes más emblemáticos que ha dado la novela murciana en los últimos tiempos, yo diría que cuatro: el eremita de Miguel Espinosa, el Aníbal Salinas de Pascual García, el capitán Alatriste de Arturo Pérez-Reverte y el detective Víctor Ros de Jerónimo Tristante. De ahí que la aparición de un nuevo volumen con las aventuras de este último (La última noche de Víctor Ros, Plaza & Janés) pueda ser celebrada con alborozo por sus miles de lectores. Y no sólo por las entregas anteriores del eficaz investigador sino porque este tomo, en sí mismo, ya es un auténtico lujo.
La propuesta que Jerónimo Tristante nos desliza ahora está situada en el Oviedo de finales del siglo XIX (en concreto, en 1883). Un chico de apenas 18 años ha sido encontrado muerto a las puertas de su casa. Circulan por la ciudad bastantes rumores acerca de la homosexualidad del muchacho, que podría estar relacionada con su asesinato a puñaladas. Su padre, el empresario don Reinaldo Férez, es un hombre de enorme poder en la ciudad; y esto obliga a Víctor Ros a emplearse con especial intensidad y con especial tacto a la hora de conducir las investigaciones. Pero el asunto, lejos de resultar sencillo, se enmaraña a cada hora que pasa: primero se descubre una nota que parece incriminar claramente a un personaje (un afinador de pianos al que se considera vinculado con el joven Ramón Férez, la víctima); luego desaparece la institutriz de la casa; más tarde se ahorca una sirvienta (en cuya mano aparece un anillo de Ramón)... Las pruebas que Víctor Ros va reuniendo lo llevan tan pronto en una dirección como en otra; y finalmente se contradicen. ¿Qué está ocurriendo? ¿Qué endiablada mente criminal ha urdido este complicado asesinato? Contando con su elevada experiencia como detective, pero también con ayudas exteriores (su esposa, su hijo adoptivo Eduardo, un perro, su amigo Casamajó), Víctor Ros irá poco a poco acercándose hasta la sorprendente verdad que lo espera, acechante y letal como un puma, en las últimas páginas de la novela.
Con una prosa rápida pero elegante, y con una documentación espacial y temporal más que convincente, el escritor murciano nos entrega en esta novela, además, algunos guiños literarios de hermosa factura. Sirvan como muestra ese instante en que Víctor Ros está de visita en el casino ovetense y ve a Casamajó charlando con un hombre. Al preguntarle por su identidad, su gran amigo le explica: «Fue regente de la Audiencia [...], se llama Víctor Quintanar» (p.178); o esa otra secuencia en que una mujer singularmente hermosa y pálida ayuda al detective y se despide de él diciendo: «Soy Ana Ozores, para servirle» (p.304). A los enamorados de la prosa de Clarín no será preciso darles más detalles. Las menciones de Wilkie Collins, Clara Tahoces o Benito Pérez Galdós son otros tantos homenajes que Jerónimo Tristante tributa.

Y que no cunda el pánico entre sus admiradores: gracias a la creación del personaje de Eduardo (rescatado de los bajos fondos, educado de forma muy completa y finalmente utilizado como acompañante por Víctor Ros, que lo ha adoptado legalmente), la saga Ros está más que garantizada. Seguro que al fértil novelista murciano no le faltan historias en los próximos años para irnos dando sorpresa tras sorpresa.

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