domingo, 17 de febrero de 2013

Historia del eremita



En algún lugar lo he contado ya por escrito: mi primer conocimiento de la obra de Miguel Espinosa (1926-1982) no pudo ser más desafortunado. Yo había enviado un cuento a la revista murciana Postdata y la persona que lo leyó (el siempre generoso Soren Peñalver) me dijo que iba a ser publicado a doble página en el siguiente ejemplar de la misma. Con el alborozo del joven escritor casi inédito que empieza a ver cumplidos algunos sueños literarios, acudí al quiosco cuando ésta salió... y me encontré con la amarga sorpresa de ver que estaba dedicada íntegramente al escritor caravaqueño. ¿Y este Miguel Espinosa quién es?, pensé con tanta frustración como ignorancia. Luego, por descontado, la lectura de sus páginas me anonadó; y acudí a los libros de Miguel; y los recorrí enteros; y le acabé dedicando incluso un libro a tan singular estilista (Palabras en el tiempo). Comencé receloso y concluí espinosiano.
Ahora, la tenacidad de Fernando Fernández (responsable del sello editorial Alfaqueque, radicado en Cieza) nos depara a los lectores de Miguel una inesperada joya, tan largamente anunciada como desesperantemente postergada durante años: Historia del eremita, uno de los primeros borradores de la monumental Escuela de mandarines, quizá la novela murciana más importante de todos los tiempos. ¿Y qué encontramos en esta voluminosa primera tentativa? Pues ante todo hay que decir que al lector medio (yo creo que es necesario y hasta obligatorio ser sincero) le planteará más de un problema la densidad intelectual y conceptual de sus primeras páginas, que se mantienen en un alto nivel de exigencia. Pero que si hace el esfuerzo de situarse en el mundo que Miguel dibuja para nosotros encontrará un placer infinito en sus análisis, en sus descripciones, en sus reflexiones sobre el poder, el ser humano, el tiempo y la condición de nuestra sociedad. Y sin apenas ser consciente se habrá sumergido en el océano simbólico que es en realidad este volumen, donde la política, la filosofía, la psicología y la novela caminan inextricablemente enlazadas con resultados maravillosos. Espinosa fue un observador implacable y lúcido de su época y codificó sus conclusiones en esa vasta metáfora que es la Feliz Gobernación, cuyos primeros andamios están aquí esbozados.
Leída con un lápiz en la mano (consejo que les sugiero que sigan), la obra nos entrega, además de escenas memorables donde el humor y la gravedad se aúnan para trazarnos la caricatura de un sistema social tan burdo como enervante, algunos aforismos deliciosos sobre los sentimientos humanos («Un corazón solitario es, también, un corazón absurdo», p.83), sobre la serenidad analítica que deben observar las personas juiciosas («Podrá hundirse el mundo con todo el estropicio que se quiera, y quedará impávido el corazón del sabio», pp.235-236) o sobre el desagrado que producen en el cerebro de los inteligentes los rebuznos extemporáneos de los necios («No hay cosa más dolorosa para un sabio que oír a un cernícalo opinar», p.318).
Quienes busquen un libro distraído, llevadero, insustancial y cuajado de concesiones, busquen en otro tomo, porque en Historia del eremita no lo habrán de encontrar. Quienes, por el contrario, hayan tomado la decisión de sumergirse en un volumen que les haga pensar y que los obligue al esfuerzo de mejorar su vocabulario y su capacidad de análisis, han elegido sabiamente. Ésta es su obra.

1 comentario:

Leandro dijo...

¿Es aconsejable leer antes Escuela de Mandarines, o el orden de los factores no altera el producto?