sábado, 5 de enero de 2013

Tragedias completas




La figura de Séneca suele estar asociada en nuestra mente con la imagen de una persona inteligente y culta que, al modo de un emperador Marco Aurelio, nos ha dejado una buena provisión de sentencias, máximas o aforismos que se pueden aplicar con provecho a muchos aspectos diferentes de la vida. De hecho, ahí están sus Cartas a Lucilio (que reseñaré dentro de pocas semanas) para demostrar la solidez de su temperamento, lo sagaz de sus análisis y lo atinado de sus conclusiones. El hombre que hizo lo posible por educar al desequilibrado Nerón, que viajó por varios países para completar su formación filosófica (Italia, Egipto, Grecia), que sufrió de asma durante toda su vida y que sobrevivió a penas de muerte, destierros, envidias y acusaciones relacionadas con el elevado número de sus riquezas, acabaría suicidándose para evitar la ira del emperador tras una conjura en la que algunas voces le implicaban.
Pero hay una faceta literaria de Séneca que es mucho menos conocida: su labor como dramaturgo. Por suerte, ya disponemos de una edición completa, monumental y quizá insuperable de las tragedias de este autor, elaborada por la profesora Leonor Pérez Gómez. Sus 1244 páginas forman un bloque al que sólo se le hace justicia con la utilización de un adjetivo: excepcional. Nunca (y les puedo asegurar que he manejado muchas ediciones eruditas, por obligación o por gusto, en las dos últimas décadas) me había encontrado con un despliegue tan apabullante como el que se puede encontrar en este volumen: un prólogo completísimo, una traducción en la que se cotejan escrupulosamente todas las variantes textuales e interpretativas que las diferentes piezas han merecido en manos de los estudiosos y, como guinda, centenares y centenares de notas a pie de página donde se abordan datos biográficos del autor, aclaraciones mitológicas, analogías con otros escritores y un sinfín de detalles que arrojan luz sobre cada matiz de las obras de Séneca.
En este conjunto maravilloso de tragedias que ahora tenemos reunidas en nuestras manos, el pensador nos dejó algunas reflexiones memorables sobre la condición humana, sobre el Destino y sobre la vida y la muerte, a la vez que esmaltó sentencias que harán las delicias de los más exigentes lectores: algunas nos hablan del goce de vivir («Mientras los Hados lo permiten, vivid felices: en veloz curso la vida se apresura y con días alados gira la rueda del año que se precipita», p.198), sobre la necesidad de que observemos nuestro entorno y denunciemos sus vilezas («Quien cuando puede no impide cometer un delito, lo ordena», p.332), sobre la eutanasia («Quien obliga a morir al que no quiere es igual que quien se lo impide al que tiene prisa», p.422), sobre la ambición sin límites («El que tiene demasiado poder quiere poder lo que no puede», p.593) o sobre la conveniencia de que la reflexión prime sobre la condición perruna («A veces es un crimen la lealtad», p.1000). Lean este libro con un lápiz en la mano. Me agradecerán el consejo.

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