domingo, 2 de octubre de 2011

Vidas prometidas




Hay personas que, ofuscadas por una hipertrofia del yo, consideran que no pueden irse de este mundo sin contarnos a qué jugaban siendo niños, de qué color eran los cabellos de la muchacha que les aceleraba el corazón, cómo robaban fruta en los huertos aledaños a su colegio o en qué empleaban las horas de la siesta durante los veranos. Y, ufanos y transidos por la emoción de haber contribuido a la historia de la cultura, nos esclafan sus apasionantes memorias, que sin rubor utilizaremos para calzar muebles o para evitar que el aceite de las sartenes unte el suelo de la cocina. No ocurre así, desde luego, con el elegante Guillermo Busutil, que nos acaba de enriquecer con su volumen Vidas prometidas, una colección de veintiocho historias de marcada brillantez, que edita el sello zaragozano Tropo, con su habitual tino para elegir obras y autores.
Recordemos dos enunciados emitidos por escritores de altísima calidad. El primero es Fernando Pessoa, poeta portugués de infinitos quilates, quien hace ya muchas décadas explicó en una página memorable que su patria era la lengua portuguesa; el segundo es el vallisoletano Miguel Delibes, quien reconoció durante una entrevista concedida en su senectud que su patria indiscutible era la infancia. Ambos dictámenes se podrían hacer complementarios en esta espléndida colección de relatos, donde Guillermo Busutil explora los territorios de la infancia sin caer en el ternurismo, la melancolía excesiva o la autoflagelación. Quizá porque ha sabido comprender la frase famosa de Arthur Rimbaud donde pregonaba que él era otro. Es decir, que el poeta o el narrador, cuando se eligen a sí mismos como objeto de análisis o de expresión literaria, han de contemplarse desde fuera, excéntricos o alienados, para no dejar que las minucias personales (no necesariamente significativas para los demás lectores) empañen su sentido del lenguaje o la construcción misma del relato.
Nos encontramos en estas páginas deliciosas con joyas como Estrella sin ley, cuyo protagonista (Efrén) es un chico tímido y escuálido que goza de una gran popularidad por las novelitas del oeste que escribe para sus compañeros. Eso no impide que sea un chico maltratado por los típicos bravucones de la clase, que la tienen tomada con él y con el gordo Anchieta. Por fortuna, la aparición de un chaval nuevo llamado Gross cambiará esa situación de una forma inesperada. O como La promoción Oxford, una pieza memorable protagonizada por Toledo Reyes, una mujer cuya vida sufrirá un vuelco cuando reciba un correo electrónico en el que se la invita a una reunión de antiguos alumnos. No le lleva mucho tiempo comprender que tendrá que encontrarse con Jaime, su antiguo novio. Ella se encuentra ahora felizmente casada con un hombre encantador llamado Enrique, pero el recuerdo de Jaime la sigue atosigando. Cuando llega a la fiesta, no obstante, no consigue localizarlo por sitio alguno... Y la causa es tan sorprendente que los lectores se quedarán con la boca abierta.Pero es que los demás relatos completan un fresco bellísimo, donde los mimbres del humor (On the air), la cotidianeidad de muchas familias urbanas modernas (Shaw & Maciá), la reflexión irónica sobre los vuelcos que puede dar la vida (Los futuros de Voltaire), la grata importancia que pueden tener las lecturas infantiles en la existencia de una persona (La siesta de Odiseo), el modo en que una mujer puede ser un enigma para la persona que la contempla (Flor en la ventana), la amargura que tiñe los años finales de una vieja maestra (La señorita Margot), las acciones que puede acometer una persona atosigada por la precariedad laboral (Un hombre llamado Proust) o la anonadante mostración de cómo un asesor habilidoso puede encumbrar la carrera política de un patán (Gabinete Foreman) se cruzan entre sí para completar una telaraña tan hermosa como envolvente. Acabado este volumen, es muy probable que el lector experimente el deseo de acudir a más obras de Guillermo Busutil. Si tal cosa ocurriera, puede hacerse con Drugstore (Páginas de Espuma, 2002) o Nada sabe tan bien como la boca del verano (Ediciones de Aquí, 2005). Seguro que encuentra más de un motivo para colocar al excelente narrador granadino entre los preferidos de su biblioteca.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Los correos electrónicos sólo dan disgustos. Viva el teléfono

Leandro dijo...

Me has convencido. A tareas pendientes