jueves, 20 de octubre de 2011

La maleta de mi padre



Sucede en ocasiones: un acontecimiento inesperado, un galardón, un azar, ponen ante nuestros ojos a un escritor del que no teníamos demasiadas noticias (o acaso ninguna), y nos descubren la brillantez de sus obras, la perfección imantada de sus libros. Fue lo que ocurrió en el año 2006 cuando el más famoso premio literario del mundo, el Nobel, recayó sobre el turco Orhan Pamuk. Desde aquel día, un buen número de lectores de todos los países nos hemos acercado con admiración y con reverencia curiosa a sus libros: Nieve, Me llamo Rojo o Estambul. Ciudad y recuerdos. Y hemos incorporado a Pamuk a esa nómina sentimental y cálida de escritores amados a la que algunos críticos pretenden darle categoría científica con el estúpido nombre de canon.
El sello Mondadori nos ofrece la traducción de Rafael Carpintero de la obra La maleta de mi padre, que reúne las conferencias redactadas por el narrador turco con motivo de la recepción de tres importantes premios: el Puterbaugh (que le fue concedido en EE.UU.), el Premio de la Paz de la Unión de Libreros Alemanes y las palabras que pronunció en la entrega oficial del premio Nobel. En las tres piezas, Orhan Pamuk insiste en un pequeño grupo de ideas elementales y cristalinas: que el ejercicio de la narrativa comporta una alta dosis de laboriosidad ("En mi opinión, el secreto de la escritura no reside en una inspiración que nunca se sabe de dónde va a venir, sino de la obstinación y la paciencia", p.16); que las letras no son un arte decorativo u ornamental, sino que sirven para curarnos "las heridas ocultas que llevamos en nuestro interior" (p.31); que la actividad literaria alcanza en él unos niveles mucho más amplios y hondos de lo que pudiera pensarse ("La escritura me es tan necesaria como una medicina", p.49); y que la felicidad que obtiene construyendo una buena historia es enorme, porque "las leyes del paraíso libre e ingrávido que alcanzo con mi novela me recuerdan a los juegos de mi infancia", p.60.
Orhan Pamuk nos desvela también algunos detalles de su asombroso ritmo de trabajo (dice que escribe una media de diez horas diarias y que su producción se suele situar en "menos de media página al día", p.50) y nos detalla sus ideas acerca de la necesaria incorporación de Turquía al mundo europeo y occidental, con el que tiene más conexiones que divergencias.
En suma, estamos ante un libro redactado por alguien que una vez recibió de su padre una maleta llena de manuscritos, y que ha hecho lo posible para merecerse su destino como escritor y conciencia viva de su país. Orhan Pamuk tiene la integridad de un caballero, la valentía de un héroe y la elegancia expresiva de un narrador excelso. Descúbranlo.

2 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Demasiadas horas me parecen esas...

Luci dijo...

Si las diez horas de escritura implican que más de la mitad las pase leyendo y estudiando, entonces sí: alcanzan para ser un buen escritor.
No creo que una página sea el producto de diez horas frente al papel (pantalla) en blanco.