jueves, 8 de septiembre de 2011

El profesor en la trinchera




Será necesario admitir, como punto de partida, que vivimos un tiempo difícil para las personas cuya actividad profesional consiste en ponerse delante de un buen montón de alumnos y tratar de enseñarles. Da igual la asignatura (inglés, lengua, matemáticas, tecnología); da igual el nivel académico (ESO, bachillerato); da igual la localización geográfica del centro de estudio o el escalón social donde se sitúen la mayor parte de sus asistentes. Lo realmente conflictivo, generalizado y frustrante es que estos profesionales no pueden realizar en condiciones óptimas (ni siquiera razonables) su labor docente: alumnos que están obligados por ley a permanecer en los colegios e institutos hasta los 16 años, aunque no lo deseen; familias que se avienen a darles la razón en cualquier conflicto que puedan provocar en su centro de enseñanza; falta de motivación; peleas; introducción de elementos electrónicos y musicales no permitidos, que convierten los institutos en virtuales centros de ocio (móviles, ipod, auriculares); etc.
El profesor José Sánchez Tortosa, filósofo y escritor, publica en La Esfera de los Libros un tomo auténticamente luminoso al respecto, que se titula El profesor en la trinchera, y que muestra las dificultades, inconvenientes y hasta humillaciones a las que debe someterse un docente para lograr impartir una pequeña parte de su materia a una pequeñísima parte de sus alumnos. Miles de lectores de este tomo creerán que exagera; pero otros miles (quienes somos, como él, profesores) nos sentimos retratados en sus análisis, tan lúcidos como completos, tan implacables como irónicos, tan certeros como aleccionadores. Nos hablará del estrépito que se respira en las aulas ("Es el contagio el que explica que sea tan difícil romper la quietud muda de una sala de museo, de un teatro o de una biblioteca, donde reina un silencio casi total, y tan difícil mantenerlo en un aula de secundaria en la que lo predominante es el ruido", p.67); del error que supone no sancionar duramente a los alumnos perniciosos para el resto de sus compañeros y para el centro donde están aparcados ("La sospecha de la impunidad es el germen de la catástrofe educativa", p.145); de la implicación poco activa de los padres, que deberían "dejar que sus hijos se conviertan en adultos por sí solos, en lugar de perpetuarlos en una falsa infancia, impuesta y disfrazada de una mayoría de edad torpe, irresponsable y exclusiva para los fines de semana" (p.164). Y llega incluso a lanzarnos párrafos tan perturbadores como éste, que queda para la reflexión: "¿Se podría admitir como regla genérica que las generaciones educadas en principios autoritarios, por reacción, como Edipo matando a papá o el hombre a Dios, acaban siendo adultos demócratas y a la inversa? ¿Y si los Estados modernos han encontrado que resulta aún más eficaz para producir ciudadanos manejables y sin criterios propios la educación igualitaria y antiautoritaria que la jerárquica y autoritaria?" (p.73).
Leído sin prejuicios, este volumen da para horas y horas de reflexión.

3 comentarios:

supersalvajuan dijo...

El jodido día a día, que largo se hace.

Miguel A. Zapata dijo...

Hola, Rubén. Redescubro tu blog y no me resisto a intervenir en esta estupenda reseña que nos regalas. Hablo ahora como profesor y no como escritor: esas reflexiones finales que el autor nos lanza como un aguijón quizá deberían hacernos reflexionar acerca de si no han querido inducirnos las instituciones educativas a través de sus aparatos legislativos desde 1992 (LOGSE) en la confusión capciosa entre conceptos tan diferentes como responsabilidad e imposición, jerarquía (necesaria) en el aula y autoritarismo docente (siempre indeseable). Quizá aquella "Rebelión en las aulas" de James Clavell bien pudiera aplacarse con la fantasmagoría de una falsa democracia dirigida desde los pupitres, precisamente por aquellos que aún desconocen los principios básicos del ordenamiento democrático. Algo así como "dame pan y llámame tonto" para configurar una joven sociedad estúpidamente satisfecha de sí misma, engordando su nada en el sofá del salón.
En fin, septiembre guerrero y reivindicativo, no nos queda otra. Un abrazo y enhorabuena por el magnífico trabajo que haces en este blog y en tus libros.

Leandro dijo...

Sugiero una colección: El funcionario en la trinchera, El farmacéutico en la trinchera, El autónomo en la trinchera, El médico en la trinchera, El científico en la trinchera... entre otros posibles. Éxito asegurado