domingo, 5 de junio de 2011

Teatro de ceniza



En julio de 1998 publiqué en un diario de Murcia un artículo donde, bajo el título de ¿Existe Palencia?, trataba de romper una lanza por ciertas provincias de nuestro país, que rara vez aparecen en la prensa o la televisión, salvo si son sacudidas por alguna catástrofe. Nadie lo entendió de esa forma, y fueron legión los lectores airados que se quejaron de mi presunto desdén por la patria chica de Jorge Manrique. Pero Palencia, como es lógico, sí que existe; y en ella florece una editorial llamada Menoscuarto, en cuyo exquisito catálogo se incluye a Manuel Moyano, cuentista andaluz, catalán o murciano, que acaba de publicar allí el volumen de microrrelatos Teatro de ceniza, que he leído con inenarrable gozo.
Estas cien historias demuestran que la persona que las ha escrito es un artista no sólo de las palabras, sino también del rigor de las palabras, lo cual es muchísimo más difícil. Moyano, que ya nos había encandilado con sus cuentos y sus semblanzas de mediana extensión, comprime aún más sus recursos y condensa su virtuosismo para entregarnos auténticos diamantes narrativos que sólo algunos miopes confundirán con zirconitas. Así que el lector recibe cada uno de estos relatos como un fogonazo de luz que lo traspasa y del que tiene que recuperarse antes de pasar al siguiente. Que nadie corra al leerlos. Que se obligue a una pausa reflexiva o paladeante. Que sonría. Que asienta. Y que sólo cuando haya capturado de cada historia la música íntima, la perfecta arquitectura sutil y el elegantísimo engranaje verbal, pase a la siguiente. La obra, que se puede leer en dos horas, debería leerse en dos semanas. No es para lectores nerviosos, ni superficiales.
Ocaso de un imperio y Mundo efímero participan de la misma esencia: la voluntad microscópica de quien edifica un universo en miniatura, invisible para los demás aunque pleno de significados para sí mismo; El centinela mezcla con gran inteligencia la filosofía y la ciencia ficción; Las puertas del cielo nos plantea la escalofriante posibilidad de que el horror pueda contener más dicha que el tedio cotidiano; La amenaza es una broma literaria, deliciosamente sinóptica, que hará sonreír a todos los escritores del mundo, sin excepción; Fábula sugiere una lectura política tan transparente como demoledora; La llave contiene el germen de una novela best-selleriana; Limbo nos sitúa en una inquietante y fantasmagórica terminal de aeropuerto; El dilema de Dante plantea un juego de ficción mucho más desgarrador de lo que parece; El escapista indignará a algunos radicales católicos y provocará sonrisa y admiración en los demás lectores, por su interpretación oblicua de la figura de Jesús de Nazaret; Búnker es una deliciosa parábola educativa sobre la importancia de los seres humildes; si desean conocer la fascinante y auténtica historia de Asterión (el famoso Minotauro), harán bien en acudir a las asombrosas líneas de Origen del mito; Radio es un portento de relato breve, tan fino como sutil desde el punto de vista psicológico; Apostasía supone otro inteligente juego donde la religión es cuestionada desde sus cimientos; Singladura es un hermoso homenaje al mundo de los libros, que embriaga y deleita... Y así, hasta cien. Calculen ustedes.
Reseñar un nuevo libro de Manuel Moyano (creo que se los he reseñado todos, desde su inicio, en periódicos y revistas) siempre me plantea un pequeño problema, que es fácil de resumir pero muy complejo de solucionar: este escritor pertenece a la rara especie zoológica de los creadores que, refutando la costumbre de la vanidosa madrastra de Blancanieves, se colocan ante los espejos para buscarse canas y constatar imperfecciones. De ahí que el crítico (en este caso yo) se vea en la ardua labor de examinar con lupa sus páginas para encontrarle flaquezas y contentar así al exigente compositor de la obra. Animado por la voluntad de ganarme su estima y su respeto intelectual, he revisado con fiebre de microbiólogo las 120 páginas que componen el volumen... y no he logrado descubrir un solo relato, un solo fragmento, una sola frase, un solo adjetivo, que no se abonen a la meseta de la excelencia. Dejo constancia escrita de mi fracaso y juro que lo volveré a intentar obstinadamente, enérgicamente, con su siguiente libro.



2 comentarios:

Leandro dijo...

Qué trabajos nos manda el Señor

Anónimo dijo...

ahora nos vienes diciendo que el artículo ¿existe Palencia? no fue entendido??? me parece que es ahora cuando se ha digando a mirar donde está Palencia. Que sepa usted que ese artículo "no entendido" fue analizado por todos los centros de Educación Secundaria de la provincia, y que gracias a él y la contestación de nuestro periódico local, se hizo usted más o menos famoso.