domingo, 17 de octubre de 2010

Sólo guerras perdidas




Quizá todas las culpas sean complejas y nuestras almas no sean sino desvanes donde se amontonan el escombro de los remordimientos y el estiércol de la infamia, pero en el caso de Aníbal Salinas la situación es mucho más complicada. A pesar de las ideas republicanas que su familia siempre tuvo, él se alistó de forma voluntaria en el bando rebelde durante la guerra civil de 1936 y, en las postrimerías de ese combate, aceptó una misión gobernada por la vileza: volver a su tierra natal (Los Olmos) y procurar la aniquilación de los infelices que, montaraces y desahuciados, se resistían a aceptar la derrota. Ése sería —si tuviéramos que ceñirnos a la crudeza del telegrama— el asunto de Sólo guerras perdidas, la última novela que Pascual García ha dado a la imprenta. Pero conviene recordar aquella frase lúcida de Héctor Bianciotti, en la que aseguraba que todo mal libro queda siempre reducido a su argumento.
En el caso de Pascual García (Moratalla, 1962) esto ni es ni puede ser así: la meticulosidad con la que nos describe los paisajes de la obra (los barrancos, las trochas, los páramos, la nieve), el detallismo arquitectónico de su estructura (donde cada pieza, por insignificante que se pueda antojar, cumple una función milimétrica y necesaria) y, por encima de todo, el buceo espiritual que lleva a cabo en sus personajes, colocan en nuestras manos una auténtica máquina del tiempo: el lector siente que está en los días agónicos de la guerra civil, respirando el aire gélido de Puerto Errado o Bajil y pateando las veredas agraces de Las Tablas o de Benámor. La magia del autor (lo descubrirá desde las primeras páginas el lector que se sumerja en esta novela) consigue el difícil logro de que olvidemos dónde estamos y en qué tiempo nos movemos, y nos transporta a los años dolorosos de la guerra civil, donde las traiciones, las venganzas, las mezquindades o el oprobio conformaron el escenario más conocido por los españoles.
Pero quizás la aportación más trascendente de este libro sea el dibujo que Pascual García nos da de su protagonista principal, Aníbal Salinas, al que ya conocíamos por su anterior novela, Nunca olvidaré tu nombre (Los Libros de la Frontera, 2002). Con su escritura filatélica, el novelista de Moratalla se adentra en el corazón, en el cerebro y en el alma de este militar abrupto, reacio a toda forma de remordimiento («Soy un soldado con unas órdenes que cumplir», p.145), que se sabe abocado a la villanía de localizar y reunir a los miembros del maquis para que sus superiores procedan a su exterminio. En esta operación no se dejará inquietar por el hecho de que muchos pertenezcan a familias que lo conocen o lo trataron bien durante su juventud; ni tampoco por la extrema juventud de algunos de ellos. La guerra es la guerra, y la orfandad de prejuicios debe ser la luz que guíe al buen soldado, cumplidor de su misión por encima de otras consideraciones. Lo que sucede es que Pascual García, narrador de gran inteligencia, no se desliza hasta el lado de la caricatura, sino que nos ofrece una cuádruple aproximación al personaje: la mostración de sus actos, la reproducción de sus palabras externas, la forma en que los demás lo observan y lo juzgan... y, sobre todo, el manejo de líneas en cursiva, donde asistimos a las palabras internas de Aníbal Salinas. Esa riqueza de enfoques y matices nos lo presenta como un ser desnudo y oscurísimo (valga la paradoja); alguien escindido, de psicología complicada, de móviles inextricables y que ha quedado manchado de forma indeleble por la guerra. Mientras él viaja por el paisaje de su infancia, nosotros viajamos por su paisaje interior; y descubrimos así un espíritu torturado, para el que los acontecimientos (la muerte, la mentira, la abyección) adquieren una dimensión simbólica de gran pujanza. Ninguno de nosotros sabemos, honestamente, cómo nos comportaríamos en una situación como la que el protagonista tiene que arrostrar. ¿Elegiríamos la nobleza o el fango? ¿El idealismo o la supervivencia? Aníbal Salinas, personaje poliédrico, lleno de matices, luces y sombras, es uno de los logros novelísticos más notables de la literatura murciana de los últimos tiempos.

4 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Personaje cuádruple. Buena pinta.

Sarashina dijo...

Pues sí que tiene buena pinta la cosa. Miraré de buscarlo, y lo leeré con gusto. O quizás no con tanto gusto, que ando yo muy sensible últimamente, y después de leer el horror de "Las Benévolas" el verano pasado pasado (o sea pretérito pluscuamperfecto) no sé si me quedara aliento para meterme en otro fangal de guerras y de crueldades.
Yo no sé, ya que propones la cuestión, qué haría yo. Creo que nadie lo sabe. Pero yo digo lo que Woody Allen, que en la guerra no valgo más que para prisionera. Queda claro, ¿verdad? Pues eso.

Leandro dijo...

Perdona mi ignorancia, pero... ¿qué es escritura filatélica?

rubencastillogallego dijo...

Y tan buena, Salva. Un libro de verdad espléndido.
Fuensanta, me sé de alguien que cumple años muy prontico. Queda pendiente la cerveza.
Leandro, en mi diccionario personal llamo "escritura filatélica" a aquella que acumula diminutas secuencias perfectas, todas ellas dignas de enmarcarse (como los sellos, que tienen el marco incorporado)