domingo, 24 de octubre de 2010

Amor y dinamita




Los escritores, por regla general, son unos insufribles ególatras, que viven en el absurdo convencimiento de que el mundo tendría que girar a su alrededor; y que todas las alabanzas que reciban por sus obras siempre serán, aparte de justas, escasas. Les puedo asegurar que casi siempre es así. Los conozco de sobra. Los he tratado durante más de veinte años y sé bien lo que me digo. Por eso, cuando tienes la suerte de toparte con uno que, aparte de escribir bien, se mueve con naturalidad en el terreno de lo humilde, la alegría que experimentas es doble.
Me ocurrió hace un tiempo con Eduardo Carrasco (Puerto Lumbreras, 1955). Lo conocí en un taller de escritura que se celebraba en Murcia y me llamó la atención la forma en que habitaba el silencio, su gran capacidad de observación, de análisis y de aprendizaje. Todo lo captaba, todo lo meditaba y de todo parecía sacar provecho literario. Un día me envió unos cuentos por correo electrónico, para que le diese mi opinión sobre ellos; y le comenté, con absoluta sinceridad, que se me antojaban perfectamente hermosos y publicables. Algo después (y sólo de rebote: no pertenece a la estirpe de los publicistas de sí mismos) me enteré de que había sido director de la Editora Regional de Murcia, y que ya tenía un libro publicado (Vuelo de cometas, de 2007). Ahora, aquellos cuentos que tuvo la amabilidad de enviarme, unidos a otros hasta formar un bloque de veintidós historias, han salido a la luz en Tres Fronteras Ediciones con el título más que sugerente de Amor y dinamita. Y les aseguro que es una obra con la que he disfrutado mucho. Allí se puede encontrar a un fabulador que se atreve con casi todos los palos: las historias intimistas, de personajes que han fracasado durante la existencia pero que no se resignan a rendirse («Tiovivo»); las narraciones que se articulan desde varios enfoques narrativos («Objetos perdidos»); los cuentos donde el humor se convierte en el gran protagonista, hasta desembocar en un final sorprendente y que ocasiona carcajadas («Noches en Bagdad»); los textos alegóricos, donde asistimos a unos crímenes que no son perpetrados por el pobre protagonista, humillado por unos matones a sueldo, sino por un ejecutor mucho más sorprendente («El hombre que amaba las plantas»); las leyendas urbanas, que le facilitan el material para una narración tan inquietante como eficaz («La chica de la curva»); etc.
¿Y qué es lo mejor de toda esta diversidad? Pues el hecho de que cada uno de los lectores de la obra podrá quedarse con tres o cuatro relatos predilectos, en función de sus preferencias temáticas, su extensión (hay cuentos muy cortos y uno que desborda los cauces habituales) o el tono que Eduardo Carrasco adopta en él: humor, ternura, ironía, sátira, etc. Si tuviera que ser yo quien eligiese esos tres o cuatro relatos, creo que me decantaría por «Nómada» (ese viejo apedreado por la rutina, que termina recalando en una playa donde tendrá una visión de lo más peculiar), «El barco encantado» (que no sólo revela el amor que el autor siente por el mundo del mar, sino su capacidad para trasladarnos historias donde el realismo queda empapado por otras dimensiones enriquecedoras), «El cuello de Clara» (me resulta fascinante la manera en que el escritor de Puerto Lumbreras nos dibuja los cauces de un enamoramiento: el que experimenta un profesor de universidad por su joven discípula, a la que no se verá con fuerzas para renunciar, por mucho que su estabilidad matrimonial amenace con tambalearse) y, finalmente, «Amor y dinamita» (porque imaginar en La Manga del Mar Menor la existencia de un grupo terrorista llamado ampulosamente Frente Nacional de Jubilados por una Pensión Justa (FNJPJ) ya supone un punto de partida tan simpático como interesante, que luego el escritor resuelve con tino).A los autores que comienzan en el mundo de la publicación se les suele dedicar en sus primeras reseñas un cierto número de ditirambos, tributarios de la fe, de la bondad, de la compasión o de la hipocresía del crítico de turno. Les aseguro que Eduardo Carrasco sí que se merece todos los elogios de esta página. Por pura justicia.

2 comentarios:

Leandro dijo...

Amor y Dinamita, a tareas pendientes. Buen tipo, Eduardo. Le acabo de enviar tu reseña.

supersalvajuan dijo...

Apuntada.