sábado, 15 de mayo de 2010

El juego de los herejes



Existe una gran porción de críticos literarios que, refractarios al análisis inteligente o amodorrados en una cierta estulticia pegajosa, se limitan a despachar sus comentarios sobre ciertas novelas actuales con la asombrosa acusación de que tratan un «tema manido», ya sea el mundo nazi, los misterios relacionados con los pliegues ocultos de la Historia oficial o la sordidez de los ambientes policíacos. Y de ahí no los sacas. Quizá, de haber ejercido su ministerio en la Inglaterra isabelina, habrían acusado a William Shakespeare de limitarse a unos temas asaz monótonos y repetidos (el amor, la ambición, los celos, la deslealtad, la ira), que pueden ser documentados desde Homero hasta la actualidad en infinidad de variantes, estilos, países e idiomas. Lo que esos críticos olvidan, quizá porque la pereza los vence, es que el análisis intelectual no se ejecuta sobre la corriente en que la obra se inscribe, sino sobre la obra en sí. Da igual que una novela abrace esta o aquella temática; lo pertinente es decirle al lector de la reseña si la obra es buena o mala; si merece la pena que invierta su tiempo y su dinero en aproximarse al libro; o si lo más sensato es buscarse otras páginas en las que sumergirse.
Aclarado ese punto, conviene señalar que El juego de los herejes, la última novela publicada por César Mallorquí (con la editorial Espasa como soporte), es una historia que entusiasmará a la inmensa mayoría de las personas que se acerquen a ella. Parte, eso sí conviene decirlo cuanto antes, de un procedimiento del que bastantes narradores han abusado en los últimos años, con desigual fortuna (la aparición de un manuscrito relacionado con la religión cristiana, que se podría convertir en un arma contra el Vaticano o contra la ortodoxia). Pero César Mallorquí, que es un fabulador de armas incontestables, hace que nos olvidemos pronto de esa circunstancia sospechosa y nos metamos en un argumento que ejerce su fascinación desde el primer minuto. Así, desde el mismo instante en que la investigadora Carmen Hidalgo (hasta la página 305 no llegaremos a descubrir que su apellido real es otro) recibe el encargo de localizar al escritor Sebastián Gálvez, que ha desaparecido después de componer un libro misterioso, nos veremos envueltos en un auténtico huracán de acontecimientos: casas allanadas, rastros de sangre, policías que reciben presiones para que no continúen con sus pesquisas, pergaminos que aparecen y desaparecen, revelaciones históricas de gran calado, personas asesinadas con curare, miembros de la Orden de Malta, utilización de los más sofisticados medios informáticos y científicos, agentes de los servicios secretos del Vaticano, una marquesa aficionada al mundo del esoterismo... Y con todos esos ingredientes aparentemente estrafalarios o difíciles de compactar, el genio de César Mallorquí elabora una narración que no muestra flaquezas y que se mantiene en pie durante las quinientas páginas del tomo.
Otro detalle digno de destacar de esta novela es que está sustentada sobre un proceso de documentación exhaustivo, como muchas otras del género (es casi una «conditio sine qua non» para otorgarle credibilidad), pero que, a diferencia de lo que ocurre con textos menos elaborados o menos inteligentes, no se solaza umbilicalmente en esos detalles, ni provoca en el lector fatiga terminológica. César Mallorquí sabe que todos los datos científicos e históricos han de pasar por el ánimo del escritor, pero que luego deben resultar en su mayor parte invisibles, y no convertirse en una exhibición pedante ante los lectores, a quienes sólo tiene que ocuparles (y nunca preocuparles) el hilo o asunto de la narración. Todo arquitecto conoce perfectamente las ecuaciones que ha de aplicar para construir los pilares de su rascacielos, pero sabe que no las puede desgranar ante el público que admira el edificio.
Si tienen hijos en edad adolescente, esta novela les servirá como magnífica propuesta para el verano; y, de paso, les recomiendo que ustedes también la lean: se convencerán de que César Mallorquí, a pesar de su infinidad de premios en el ámbito juvenil (Gran Angular, Edebé, etc), no es un escritor que se dirija de modo específico a ese público: es capaz de seducir a cualquier lector que se ponga ante sus páginas sin dejarse atenazar por prejuicios. Compruébenlo.

3 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Lo que dices de la documentación se nota que falta en muchos libros. Si hay que tardar dos años en documentar, se tarda. Y punto.

Leandro dijo...

En una primera aproximación, lo original del enfoque se deja notar en que no salen los Templarios

(lo siento, mis prejuicios son más fuertes que yo; de hecho, yo soy yo y mis prejuicios)

Pilar dijo...

Me alucina tu pasión por la lectura contagiosa; llega a interesarme hasta lo que a priori no me resulta atractivo, y no porque César Mallorquín no lo sea, sino porque pasadas las horas de crianza, me resulta difícil disociarlo de relatos infantiles, algunos juveniles que han rondado los departamentos. Me parece que vives, revives, una adolescencia. Pues es una gran idea, sanfre nueva, y encima orientas en lecturas como esta, quizás para un segundo ciclo de la ESO? O en cualquier momento, si deja una caer plácidamente en tus atractivas palabras. Siempre un gusto leerte. Un abrtazo, chillao.