miércoles, 10 de febrero de 2010

La mansión de los abismos




Intentar explicar, a la altura de 2010, quién es Joan Manuel Gisbert o cuál es el valor de su obra literaria se me antoja una impertinencia. Nadie que frecuente la literatura juvenil española, o que simplemente se interese por ella, puede ignorar la importancia suprema de sus libros. Alguien que ha ganado premios como el Gran Angular, el Barco de Vapor, el Edebé, el Lazarillo, el CCEI o el Nacional de Literatura Infantil y Juvenil; o que ha publicado obras como El último enigma o El misterio de la isla de Tökland, no necesita presentación. Ahora, la editorial Espasa Calpe, con ilustraciones de Juan Ramón Alonso, nos ofrece su novela La mansión de los abismos, un thriller galvánico en el que nos veremos envueltos casi desde las primeras páginas... Gundula Erfurt es una alemana que, de pronto, se ve cortejada por un enigmático personaje al que todos conocen como Clément de Brienne. Éste, después de darle muchas vueltas y de cortejarla con sutileza de mil modos distintos, termina proponiéndole que se una a él en matrimonio. Y cuando la mujer, embriagada por sus homenajes, acepta la oferta, ambos se suben a un tren que los llevará hasta la aristocrática mansión de Clément. Pero justo ahí dan comienzo los problemas. Gundula descubre que el auténtico nombre de quien la acompaña no es ése, sino el de Théodore Bertrand. Y que manifiesta algunas ideas y comportamientos que resultan, cuando menos, inquietantes: dice atesorar varias identidades falsas por precaución; tiene a su servicio a Geneviève, una sordomuda extrañísima, que le guarda fidelidad perruna; mantiene amistad con un misterioso personaje que dice ser sacerdote y llamarse Jacques Garnier... Pero las sorpresas no se extinguen ahí, sino que se ramifican. La gente del pueblo, sabiendo que son muchas las damas que Theodore Bertrand ha llevado a la casa y de las que nunca más se ha sabido, sostienen que se trata de un vulgar y atroz asesino de mujeres; y se confabulan para sitiar la mansión e impedir que el malvado consume un nuevo crimen. Lo que no saben es que la policía (local y nacional) también anda tras los pasos de Bertrand, y ha decidido ponerse manos a la obra para detener al presunto asesino antes de que perpetre un nuevo homicidio. A partir de ese instante, se inicia una carrera contrarreloj en la que intervienen muchos elementos: Gundula (que ha descubierto su condición de posible víctima), Bertrand (que quizá no sea tan culpable como durante las primeras páginas de la novela se nos hizo creer), los policías (que cercan el perímetro de la mansión con la voluntad férrea de impedir el crimen), el cura que parece ser amigo de Bertrand (que pronto descubriremos que no es ni siquiera religioso), un periodista que está obsesionado con descubrir la verdad de todo el enredo... Y la casa. La mansión, en sí misma. Ella es la poseedora del secreto, la que vertebra y protagoniza la acción, la auténtica llave del enigma. Prepárense todos los lectores para recibir sorpresa tras sorpresa; y prepárense para un final donde los misterios se ramifican y se dan la vuelta, hasta llegar a dimensiones sorprendentes, anómalas, espirituales. Joan Manuel Gisbert, mágico y genial como siempre, riza el riza de la maestría y pone en nuestras manos una pieza memorable. Para no perdérsela.

6 comentarios:

supersalvajuan dijo...

Sorpresas ramificadas. Y luego te cae el higo encima.

Leandro dijo...

Esas cuatro o cinco primeras líneas de tu reseña constituyen, a la par que un encendido elogio del autor, una muy profesional colleja o una soberana patada en el culo de alguno de tus potenciales lectores. En mi caso, lo aceptaré deportivamente y con una sonrisa. Pero ten cuidado, que hay por ahí gente muy resabiada

rubencastillogallego dijo...

Qué va, Leandro. Es una forma de incitar a los lectores a que se animen a descubrir a un escritor. Los senderos del Señor, aparte de inescrutables, son variados.

Sarashina dijo...

Este autor era uno de los preferidos de mis hijos cuando eran unos mocos. Se lo pasaban de miedo, y nunca mejor dicho. Yo como profesora y como madre, que ya sabes que he sido muy responsable -advierte el pretérito perfecto, profesor- me los leía todos, todos, sin dejar ni uno. Hay un principio que se debe respetar siempre en las lecturas que se recomiendan a los jóvenes: no les des nada que tú no hayas disfrutado leyendo. Y a mí me encantaba. Lo leeré y se lo recomendaré a mi actual pupilo, o sea, a Marcelo, que es lector voraz.

Pilar dijo...

Yo te lo recomendaré a ti puesto que ya te lo has leído y no te va a costar trabajo -eso- pero tomo nota y le echo un ojo porque todo loq ue dices y se dice por aquí es cierto, es un narrador magnífico, primera fila de la literatura juvenil.
Vengo a contarte que me he hecho de un club de lectura, de esas cosas que existen solo en sitios raros como en el que estoy, y me he sumado a esa tertulia esporádica, sobre todo, por satisfacer la curiosidad sobre cómo habla la gente de los libros al margen de la profesión. Lo mismo hasta me reconcilio con la crítica literaria por ahí.
Tu blog, un lujo, qué buenas pistas.
Besazos, hermoso, y feliz amor, ya que estamos, que para un día que se celebra algo bueno nos ponemos totos.

Gonzalo Gómez Montoro dijo...

Recuerdo que leí en el instituto, no hace todavía demasiados años, "Los espejos venecianos", de este autor. Puedo decir que del libro me gustó hasta el tacto de la portada. Desde entonces no he vuelto a leer ningún libro de Gisbert, pero guardo un gran recuerdo de aquella lectura. Sólo con esa obra ya demuestra que es un gran escritor.