viernes, 29 de enero de 2010

Los que rugen



“Los muertos conviven realmente con los vivos como observadores y testigos de todas sus palabras y hechos”. Tan inquietante frase no se encuentra en ningún tratado parapsicológico, ni en ningún mamotreto donde se propalen necedades pseudorreligiosas, sino en la Utopía del londinense Tomás Moro, que no fue un hombre al que habitualmente se le fuera la cabeza (aunque al final lo terminaron decapitando). En efecto, vivimos rodeamos por los muertos, por los fantasmas de quienes se marcharon antes. Y ante ellos nos sentimos tristes, desarmados o desnudos; ante ellos nos justificamos o nos enojamos; ante ellos esgrimimos melancolías, interrogantes u oraciones. Care Santos (Mataró, 1970) lo sabe muy bien, y es una de las creadoras que con más inteligencia, sensibilidad y tacto ha escrito sobre esa pululación anómala de presencias a nuestro alrededor. La última demostración la tenemos en Los que rugen, un volumen de relatos que le publica el sello madrileño Páginas de Espuma. Allí se alinean siete años de cuentos (2002-2009) donde el vacío, la soledad y la melancolía se unen con unos cordajes muy sólidos para trenzar trece historias admirables, donde el lector es invitado a sumergirse. Una vez efectuada la inmersión, descubrirá paisajes muy distintos a los que habitualmente lo rodean (“Círculo Polar Ártico”); historias de escritoras asesinas que se han visto impulsadas a cometer su crimen por razones poderosas (“Confesión”); episodios pasionales fuera de lo común (“Más allá de esta oscuridad y este silencio”); botellas de vino que se convierten en metáforas (“Seis botellas, o tres, de Gran Reserva”); letras imantadas que regalan al comprar yogures, y que construyen de forma inesperada el dibujo interno de un matrimonio y de su deriva (“Promoción de otoño”); o pequeñas minificciones domésticas, en las que la sorpresa y la cotidianeidad caminan de la mano (“Lararium”). Pero quizá el elemento que más sorprenderá a los lectores habituales y fervorosos de Care Santos (yo soy ambas cosas) es la desnudez con la que ofrece revelaciones de índole más personal, más íntima, más autobiográfica. Resulta, en ese sentido, muy complicado no estremecerse con la lectura de “Comunicación”, “Defensa y ataque” y, sobre todo, con “Marcar un gol”, escritos con una tinta donde podemos adivinar algunas lágrimas disueltas. Raras veces la justicia poética y la serenidad se han unido con tanta hermosura. Alonso Zamora Vicente se refirió en uno de los relatos contenidos en el tomo Desorganización a una persona que tenía “una cenefa de melancolía en la voz”. Tal vez esa fórmula le convenga a la autora de los últimos cuentos del libro. Care Santos, maravillosa siempre cuando inventa historias, lo sigue siendo cuando nos enseña los dolores antiguos de su corazón.

martes, 26 de enero de 2010

Chats




Eva Fabregat es una adolescente con numerosos problemas: en el instituto está sometida al vacío que le deparan las Tiburonas, un grupo capitaneado por la rencorosa Elisenda («La más sexy y escandalosa del IES», pág.10); en casa, sus padres no cesan de presionarla para que estudie y deje de estar colgada tanto tiempo de sus conversaciones en el Messenger... Su única ventana y su único alivio es Supermask, un adulto con el que chatea de una forma cada vez más íntima. Los padres de Eva, que conocen esta relación de Internet, están preocupadísimos por su hija, e incluso a veces vigilan sus charlas de chat, pero no consiguen apartarla de la obsesión por el personaje. Este misterioso Supermask se va lanzando cada vez más, pidiéndole cosas de mayor importancia, como que se fotografíe un pecho y le envíe la imagen; o que se fugue con él a un lugar en el que ambos podrán ser felices sin sentir el agobio desdeñoso de los demás... Un día, harta de que la arrinconen y desprecien (gastan una broma de bastante mal gusto en su IES, y la culpan a ella), decide aceptar la cita fugitiva que le está proponiendo Supermask... Mientras tanto, sus padres han ido a la Policía, y tratan de tenderle una trampa al pederasta. Pero el asunto no se va a resolver de una forma tan fácil como parecía: Supermask ha estado manejando con habilidad un troyano, para que pareciese que el responsable de todo era Ernesto, compañero de IES de Eva. De hecho, al acabar la investigación los policías se llevan su ordenador. Y él llama entonces a Chesco, el hombre que está ahora arreglando los ordenadores del IES, quien se pone bastante nervioso con las acusaciones. De hecho, cuando los policías consiguen llegar hasta la zona donde está actuando el pederasta, se encuentran precisamente a Chesco. Pero Andreu Martín, que es autor de habilidad manifiesta, terminará haciendo que la narración gire en otro sentido y llevará a los lectores por otro carril, mucho más frenético e inesperado. Con una prosa eficaz y adrenalínica, con su magia envolvente de tejedor de historias, el escritor catalán consigue que los ojos de los lectores vayan (ocurre en bastantes páginas) más rápidos de lo habitual, por el afán de descubrir cuanto antes la salida del laberinto. ¿Quién es el adulto que esconde su baba envolvente detrás del nick Supermask? ¿Qué ocurrirá finalmente con Eva? ¿Sucumbirá a la diabólica tela de araña que se ha tejido a su alrededor o logrará salir de su influjo? ¿Cómo reaccionará su entorno (compañeros de instituto, padres y profesores) ante este episodio de pederastia? Descubrirlo supone una hechizante aventura lectora, que acelera el corazón.

domingo, 24 de enero de 2010

La pista de hielo



Una vez muerto el escritor chileno Roberto Bolaño (lo hizo en julio de 2003 en Barcelona), han comenzado a salir a la luz algunas obras que permanecían aletargadas en el disco duro de su ordenador. Y este parto múltiple y dilatado en el tiempo (los responsables de su herencia cultural aseguran que aún quedan muchas páginas por rescatar del silencio informático) está permitiendo que miles de nuevos lectores se sumen a la celebración de sus virtudes narrativas, que ni fueron pocas ni fáciles de asimilar al principio.
Ahora, la editorial Anagrama nos ofrece esta interesante novela que se construye sobre un trío de personajes poderosos, que narran los sucesos de forma alternativa. El primero es Remo Morán, un sudamericano que vive en la localidad catalana de Z, donde ha conseguido una situación económica desahogada, aunque no boyante; el segundo es Gaspar Heredia, poeta y amigo de Remo Morán quien, con sus papeles de residencia en estado irregular e inmerso en una situación económica más bien angustiosa, acepta el trabajo que Remo le ofrece como vigilante nocturno de un camping; el tercero es Enric Rosquelles, un psicólogo que trabaja en el ayuntamiento de la localidad y que ha llegado a ser la mano derecha de la alcaldesa, Pilar. Estos tres personajes giran como satélites alrededor de Nuria, una joven patinadora de Z que, después de sufrir una humillante postergación en el equipo olímpico, ha retornado al pueblo. Enric Rosquelles, nada más conocerla, se sentirá atraído por la muchacha, para la cual comenzará a construir, con dinero municipal y en el más absoluto de los secretos, una pista de hielo. El objetivo es que Nuria pueda seguir entrenándose varias horas al día y que, unos meses después, esté en condiciones de presentarse de nuevo ante los jueces del equipo olímpico y demostrarles que merece la readmisión con todos los honores. Pero Nuria, aunque acepta este vasallaje amoroso y esta prevaricación manifiesta, se decantará por las caricias (menos retóricas y más carnales) que le tributa Remo Morán, al que Enric odia desde hace tiempo.
El cuerpo de la novela consiste, pues, en tres largas intervenciones fragmentadas (el ritmo está cuidadosamente calculado) en las que Remo, Gaspar y Enric nos van dando su versión sobre el asesinato que ha tenido lugar en Z. ¿Quién ha muerto? ¿Quién ha sido el autor del crimen? ¿Cuál ha sido el móvil que lo ha impulsado? Para recibir la respuesta a esos interrogantes, Roberto Bolaño nos invita a que buceemos en una historia complicada y sencilla, donde el amor, el rencor, los prejuicios, las componendas políticas, las ilusiones y el azar tejen su dibujo sobre el cañamazo del fracaso. Muy destacables son también algunos de los personajes secundarios (la vagabunda Caridad; Laia, hermana pequeña de Nuria; Pilar, la alcaldesa), que festonean la trama central y la vuelven más creíble y seductora. Y, gravitando sobre el conjunto y dándole vida, percibimos en todo momento la prosa elegante e inconfundible del autor.
Y esto me lleva a una última consideración: han comenzado a circular por ahí (búsquelas quien esté dispuesto a conceder crédito a las maledicencias) las voces suspicaces que afirman que parece sospechoso que en el ordenador de Bolaño existan tantos inéditos; y se ha invocado con ironía sangrienta el precedente del Cid, que obtuvo sonoras victorias después de muerto. Yo, puestos a exonerar historias antiguas, prefiero recordar aquella vieja fábula que circuló a mediados de los años 60 y que afirmaba que el beatle Paul McCartney había muerto en un accidente de automóvil y había sido sustituido por un doble. Aquel absurdo generó niágaras de tinta hasta que alguien se atrevió por fin a poner algo de sensatez en el dislate, afirmando que, hubiera o no hubiera algo de verdad en aquella leyenda urbana, habían logrado suplirlo por un doble tan maravilloso que, francamente, daba lo mismo que el auténtico ya no respirara. Si alguien se está dedicando a «fabricar» novelas para que las editoriales las comercialicen con el nombre de Roberto Bolaño, lo está haciendo tan condenadamente bien que sólo resta felicitarlo y darle la bienvenida al mundo literario español. Hay muertos que siguen escribiendo mejor que la mayor parte de los vivos.

miércoles, 20 de enero de 2010

El Elemento



Hace unos meses recibí por correo electrónico un vídeo que me enviaba el profesor Santiago Delgado, donde podía escucharse una intervención de sir Ken Robinson hablando sobre la educación del futuro y sus necesarias directrices. En esa charla pude escuchar muchas ideas interesantes y algunos consejos que, como objeto de reflexión, se me antojaban valiosos. De ahí que no haya tardado nada en hacerme con la obra El Elemento, donde este experto en innovación y recursos humanos, auxiliado por Lou Aronica, daba forma a sus meditaciones. El gran tema que aborda Ken Robinson es que «hay demasiada gente que nunca conecta con sus verdaderos talentos naturales y, por tanto, no es consciente de lo que en realidad es capaz de hacer» (p.16). Asustados por la magnitud del mundo que se planta ante nosotros, estamos convencidos de que debemos elegir un camino seguro, con unas ciertas garantías de éxito, y nos esforzamos en amputar de nuestra imaginación (o de la imaginación de nuestros hijos o de nuestros alumnos) cuanto estorbe en ese sendero: les hacemos prescindir de su amor por el dibujo, de su interés por la música, de su afición a la danza... porque no son actividades que puedan traducirse en una rentabilidad económica. Y eso, según el profesor Robinson, es un error monstruoso, porque supone cercenar miles de brillantes posibilidades. Él, por ejemplo, aduce los ejemplos de una niña que se pasaba el día bailando, de un muchacho que no hacía otra cosa que dibujar durante el tiempo de clase y de otro que constantemente estaba pensando en la música, sin atender a nada más en las aulas. La primera es actualmente Gillian Lynne, una de las mejores coreógrafas del mundo; el segundo es Matt Groening, creador de «Los Simpsons»; el tercero es Paul McCartney, integrante de Los Beatles. Y no son desde luego unos ejemplos aislados: Ken Robinson incorpora las biografías de otras personas que, reacias a comportarse como les dijeron que debían hacerlo, se dejaron llevar por su amor a otras cosas, menos productivas en apariencia. Y terminaron triunfando en ellas, porque ponían en ellas su cerebro, su corazón y su energía: la actriz Meg Ryan, la bailarina Debbie Allen (famosa por la serie «Fama»), el cantante Bob Dylan, el escritor Paulo Coelho... Ken Robinson se apresura a explicar (aunque en realidad no hacía falta) que no se trata de una cuestión de fama o de dinero. Que quienes se logran encontrar con su Elemento no tienen por qué hacerse ricos ni famosos: pero sí que son personas mucho más felices, porque encuentran su camino, el modo de ser dichosos realizando las tareas para las que se encuentran más dotados o más predispuestos. Y el mensaje que nos lanza a los profesores es crucial: «Dado los desafíos a los que nos enfrentamos, la educación no necesita que la reformen: necesita que la transformen. La clave para esta transformación no es estandarizar la educación, sino personalizarla: descubrir los talentos individuales de cada niño, colocar a los estudiantes en un entorno en el que quieran aprender y puedan descubrir de forma natural sus verdaderas pasiones» (p.311). Y a continuación lo expone con el ejemplo más iluminador que yo he podido leer nunca al respecto. Se encuentra entre las páginas 325 y 326 del volumen y, resumido, dice así: todos los locales de comida rápida de una determinada multinacional se guían por idénticos protocolos (volumen de alimento, dorado de las patatas, cantidad exacta de bebida que se sirve en cada vaso, etc); los restaurantes más exitosos de la Guía Michelin, en cambio, proceden cada uno de la forma que quiere (decorado, menú, etc). Los primeros generan comida basura; los segundos generan comida de calidad. Y para concluir el ejemplo, marmoliza: «Uno de los problemas esenciales de la educación es que la mayoría de los países someten a sus colegios al modelo de control de calidad de las cadenas de comida rápida cuando, en lugar de eso, deberían adoptar el modelo Michelin» (p.326). Ningún profesional de la enseñanza puede leer este libro sin resultar conmovido. Sencillamente impresionante. Háganme caso y lean esta obra. Es posible que cambie o impulse sus ideas educativas.

domingo, 17 de enero de 2010

El caballo amarillo




Indica la Biblia (en el capítulo 6 del Apocalipsis) que, una vez abierto el cuarto sello, apareció un tenebroso caballo amarillo, y que el nombre del jinete que lo conducía era Muerte. Esta imagen inquietante sirve a Boris Savinkov para poner título a la historia de George O’Brien, un terrorista que se desplaza hasta Moscú con el objetivo de asesinar al gobernador general y hacer que, poco a poco, caiga el poder de los zares y triunfe en Rusia la revolución bolchevique. Colaboradores para lograr esa meta serán Vania (una persona muy religiosa, que lucha por un futuro mejor, en el que imperen la fraternidad y la ley de Cristo), Heinrich (que en el momento decisivo, cuando deba lanzar las bombas, sufrirá una grave indecisión), Fiodor (que muere en un atentado fallido) y, sobre todo, Erna, que está enamorada de George y sueña con terminar compartiendo su vida con él. Pero, para desgracia suya, el protagonista está enamorado de una mujer llamada Yelena, que está casada con otro. Entre la sumisión casi perruna de la primera (quien admite todas las humillaciones que George le inflige, con tal de seguir a su lado) y la coqueta voluptuosidad libre de la segunda (que quiere mantenerse con su marido a la vez que disfruta del sexo con el terrorista) se moverá el corazón de George.
Pero es que su cabeza también está sometida a una dicotomía profunda: por un lado, el nihilismo de quien considera que nada tiene arreglo, que nada puede ser enmendado por los hombres, insectos cósmicos más bien inútiles; por el otro, la tarea revolucionaria, que lo impulsa a espiar, lanzar bombas o matar, como si se esforzara en creer en algo y en intentar conseguirlo. No es ocioso relacionar a este personaje con otros del francés Albert Camus (como hace el traductor James Womack en la página 14 del prólogo).
«No creo en el paraíso en la tierra, no creo siquiera en el paraíso en el cielo. No quiero ser un esclavo, ni siquiera un esclavo libre. Mi vida es la lucha. Es imposible para mí no regirme por la lucha. Pero no sé por qué lucho», dice nuestro protagonista en la página 175 de la novela. Es probable que fueran las mismas dudas que empaparon el alma de Boris Savinkov, revolucionario él mismo durante un tiempo y encarcelado después por sus propios compañeros bolcheviques. Su muerte, lanzándose o siendo lanzado (nunca se pudo aclarar con nitidez) desde una altísima ventana de la prisión de Lubianka, se suma a esa larga cadena de nieblas que rodean a un escritor muy interesante, al que la sabia editorial Impedimenta publica en España con el auxilio traductor de James y Marian Womack. Gustará mucho a todos aquellos que consideren que el alma del ser humano no está fabricada de granito, sino de vacilaciones.