lunes, 21 de septiembre de 2009

Accidental ternura




Dice Antonio Muñoz Molina, en el primer escrito de su volumen La vida por delante, que un periódico es “una costumbre de la inteligencia”. No le falta razón al escritor de Úbeda. Podría añadirse también que la poesía, con los mismos derechos, es “una costumbre de la sensibilidad”, una tarea en la que el corazón se embarca para decirse a los otros y para poner en limpio la biblioteca del alma. Ésa es, en esencia, la pretensión que ha movido al profesor Julián Montesinos a ofrecer a sus lectores el poemario Accidental ternura, por el que le han otorgado el premio Gerardo Diego, que concede el IES Eladio Cabañero. En él se nos explica que el poeta anhela “la quietud que serene su vida” (p.11) y que tiene como objetivo “ser algo más feliz” (p.12). Cualquier cosa, menos tolerar impunemente que la tristeza “pase su lija de hielo por mi corazón” (p.22). De ahí que el poeta dirija su mirada hacia su alrededor, buscando las astillas que la luz va dejando en las cosas. Por ejemplo, en los torsos de unas muchachas que toman el sol tumbadas en la playa (“Cazador de claridades, he descubierto / que la ternura brota de las pequeñas cosas”, p.38). Por ejemplo, en la fascinación morbosa o tierna que puede provocar el teléfono de una prostituta, memorizado por alguien que desea abrir horizontes nuevos para su piel (como ocurre en la composición “Fantasía de abrazos”)... El poeta es aquí un ser que necesita ver más allá de la sabiduría; un ser que viaja hacia lo desconocido, y que lo hace en los vehículos más dispares (a lo largo del texto aparecen trenes, helicópteros, autobuses, aviones y avionetas); un ser que se empeña en infringir la tibieza exterior (se menciona cuatro veces el otoño y cuatro veces la primavera) con el latido urgente de su sangre arrebatada. Y un ser que, en fin, dibuja ventanas a su alrededor, para empaparse de luces y de oxígeno (es muy llamativo el número de ventanas que hay en esta obra: no menos de diez textos las cobijan y subrayan). Estamos, pues, ante una obra francamente lograda, en la cual poemas de amor tan delicados como el que ilumina la página 40 (“No venimos a este mundo...”) se combinan con poemas durísimos, como el que tributa a alguien cuyo padre bebe demasiado y enturbia la paz del hogar (“Mordedura”), o con bellas composiciones de plasticidad impresionista (como la que nos muestra el pintor de trenes del poema “Ante el misterio”). Un notable poemario, sin duda alguna.

2 comentarios:

Leandro dijo...

Lo que es accidental es que yo llegue a comprender la poesía. Y lo he intentado alguna que otra vez, que conste. Se agradece el intento divulgativo, no obstante

Sarashina dijo...

Ay, Leandro, el día que la descubras... no sabes lo que te pierdes. Open your mind, friend...
No conocía a este poeta, ya ves, y por lo que dices tiene algunas cosicas que me gustan. No soy una lectora viciosa de la poesía, pero tengo mis poetas y mis poemas. Me cuesta aceptar nuevos seres en la intimidad que supone la lectura de la poesía, pero me aventuro de vez en cuando.