lunes, 11 de mayo de 2009

Los fuegos de la memoria



Es improbable que nadie pueda compararse, en España o fuera de España, a Jordi Sierra i Fabra (Barcelona, 1947), uno de los escritores más fecundos de la historia de nuestra literatura. Y es improbable que exista un solo tema, juvenil, infantil o de adultos, que no aparezca tratado en alguna de sus obras: el racismo, la exclusión social, la marginación, la droga, la delincuencia, el sexo, la política, la educación, la música, los problemas escolares, el humor, la amistad, las relaciones norte-sur, los viajes, el misterio... Hoy traemos a esta página de novedades una novela que lleva por título Los fuegos de la memoria y que le publicó la editorial valenciana Algar el año pasado, tras habérsele concedido el premio Bancaixa de Narrativa Juvenil 2007. Su tema, actualísimo y de notable impacto emocional, son los viejos muertos perdidos de la guerra civil de 1936; aquellas personas que, como consecuencia de la barbarie fratricida que sacudió nuestro país hace siete décadas, vieron truncadas sus vidas y fueron sepultadas en fosas anónimas, dispersas por cunetas, campos y montes. Ahora, cuando algunas iniciativas públicas y privadas están comenzando a excavar esas fosas para que sus moradores descansen en un sitio menos infame, Los fuegos de la memoria nos habla de Los Trece de San Agustín, un grupo de hombres leales a la causa republicana que, en julio de 1936, se atrincheraron en el pequeño pueblo de San Agustín del Valle y defendieron con uñas y dientes la legalidad constitucional. Ahora, ya en el siglo XXI, un grupo de la ARMH (Asociación por la Recuperación de la Memoria Histórica) consigue activar todos los permisos necesarios y desentierra los cuerpos de aquellos pueblerinos masacrados. Y entonces estalla la sorpresa: sólo hay doce cadáveres en la fosa. Uno de los Trece de San Agustín, sencillamente, no está. Resulta fácil comprender el impacto que este acontecimiento produce en los familiares, en los aldeanos... y en los medios de comunicación. Un periodista, curioso, comienza a indagar y a tirar de varios hilos. ¿Dónde está el muerto que falta? ¿De quién podría tratarse? ¿Cómo fue posible que sobreviviera? ¿Y hasta cuándo sobrevivió? Las sorpresas, cada vez más espectaculares, se irán sucediendo sin cuartel, hasta las impactantes páginas finales de la novela. Una vez más, con su habitual prosa ágil, sus diálogos de gran fluidez y unos personajes frescos y dinámicos, Jordi Sierra i Fabra consigue una obra donde mezcla los mimbres de otras novelas (como Soldados de Salamina, de Javier Cercas, o La llave de Sarah, de Tatiana de Rosnay) y los pone al servicio de una trama juvenil muy sugerente. Los profesores de literatura (pero también los de historia, y aun los de religión) pueden recomendar estas páginas con absoluta confianza: los lectores que las frecuenten no saldrán en ningún caso defraudados de ellas. Y además aprenderán a respetar y comprender las lágrimas del pasado. Es una lección importantísima que no deberíamos ahorrarles.

3 comentarios:

Sarashina dijo...

Tomo nota, Rubén, para leerlo yo misma, que si la literatura juvenil es buena, deja de ser juvenil y se convierte en literatura para todos, y para mis alumnos del año próximo. Buena cosa esto de tener colegas que no paran de leer. Un abrazo

Rubén Castillo dijo...

A los que no leen constantemente, siendo profesores, se les debería caer la cara de vergüenza. Creo que, aparte de un placer y un alimento espiritual, es una obligación profesional. ¿No te parece?
Besos de madrugada

Anónimo dijo...

Los que somos profesores, si leyésemos constantemente como se nos sugiere, no podríamos preparar nuestras clases, corregir exámenes, atender a nuestros alumnos de tutoría y a sus padres, estar siempre al día con cursos fuera de nuestro horario...Que parece que solo trabajamos las horas de clase, y yo en mi casa meto todas las horas del mundo y alguna más. Y no se me cae la cara de vergüenza por no poder leer constantemente. Ya quisiera.