viernes, 24 de abril de 2009

No siempre lo peor es cierto



Resulta extraño que, en España, un libro de Historia decida circular por vericuetos que no sean los del catastrofismo, la autoflagelación o la soberbia. Pero la profesora Carmen Iglesias lo ha llevado a término. A sus inteligentes análisis anteriores sobre Rousseau o Montesquieu, y a sus estudios sobre el devenir histórico de nuestra nación, se le suma ahora un volumen de grandes dimensiones (más de mil páginas) y alta ambición intelectual que, con el título de No siempre lo peor es cierto, le ha publicado Galaxia Gutenberg – Círculo de Lectores.
Allí, después de lamentar la arrogancia de quienes —desde la derecha o la izquierda— han tachado de aciaga toda nuestra historia y se han presentado como los salvadores del país (pág. 21), la catedrática y académica Carmen Iglesias nos va ofreciendo un recorrido minucioso por temas tan diversos como la imagen que los demás han tenido siempre sobre nosotros (“España desde fuera”); sobre la función, atribuciones y limitaciones de los reyes (“El gobierno de la monarquía”); sobre los modelos familiares que han existido en el pasado español (“Infancia y familia en el Antiguo Régimen”); sobre aquellos españoles que quisieron incorporar a nuestro país al progreso europeo, y que fueron incomprendidos y vilipendiados (“El drama de los afrancesados. Patriotas o traidores”); o, en fin, sobre las estructuras políticas más notables que han regido durante el siglo XX en España (“Las constituciones de 1931 y de 1978”).
Pero ese repaso, lejos de estancarse en la sequedad de los datos numéricos o ideológicos, incorpora también un buen racimo de curiosidades, que llenan de luz, sonrisas y colores las páginas del tomo. Así, por ejemplo, recuerda la anécdota registrada por Julio Caro Baroja en una plaza de toros, en el año 1950: un enorme cartel donde podía leerse “Los de Haro saludan a la afición y a todos los forasteros, menos a los de Logroño” (pág. 45); o nos explica que Rousseau fue uno de los filósofos que se preocuparon de recomendar la lactancia materna (pág. 319); o nos enumera las vicisitudes que hubo de soportar el proceso de instalación del tren en España, porque su velocidad extrema (es decir, 40 kilómetros por hora) podría provocar ceguera a los viajeros; o recuerda que, según los expertos de la época, su insano traqueteo ocasionaba una curiosa enfermedad llamada delirium furiosum; o registra y comenta el anonadante altercado que protagonizó un grupo de mujeres de la Barceloneta, que intentaron asaltar la estación de Mataró, ante los rumores de que las locomotoras de aquella máquina infernal eran lubricadas con grasa de bebés (pág. 553).
En resumen, un libro con el que aprender y con el que distraerse. Y, sobre todo, con el que reconciliarnos con nosotros mismos. Ni mejores ni peores que los demás: simples seres humanos braceando contra la Historia y contra el Tiempo.

domingo, 19 de abril de 2009

El Imperio de Chu





Dentro de esa interesante colección que Tres Fronteras Ediciones está construyendo con el nombre de Microfronteras, y que incorpora a autores de la talla de Miguel Sánchez Robles, Raquel Lanseros o Santiago Delgado, aparece ahora el quinto tomo, obra de Manuel Moyano. Se trata del volumen El Imperio de Chu, en el que cincuenta y seis narraciones hiperbreves confirman la pericia narrativa de su autor. Si ya sabíamos de su excelencia en la maratón (La coartada del diablo) y en los cuatrocientos vallas (El oro celeste, El amigo de Kafka), ahora comprobamos con infinito agrado y con aplauso estruendoso que también es un maestro en los cien metros lisos. Y no era nada fácil, porque la popularidad que últimamente rodea a los microrrelatos (hay certámenes de ellos por toda España, páginas de Internet que les dedican un espacio considerable, y hasta análisis universitarios sobre ss normas y características) ha difundido la errónea creencia de que cualquier bobo, por el simple hecho de escribir tres líneas aparentemente graciosas o con algunas trazas de ingenio, ya puede considerarse un Monterroso redivivo. Sólo hay que darse un paseo por la Red para que el estupor y la vergüenza ajena nos anonaden.
Pero El Imperio de Chu se escapa de esa grisura, porque Manuel Moyano es un auténtico escritor, un hombre con talento y con inteligencia para aplicarlo. De ahí que el primer cuento de la obra nos saque oportunamente de la normalidad y nos instale en un mundo con reglas distintas (“Ocaso de un imperio”); o que otras historias se deleiten en una geometría que hubiera encantado a Jorge Luis Borges (“Damero”); o que las metáforas se conviertan en fábulas, o viceversa (“El punto de vista”); o que el autor insinúe los mimbres con los que se podría construir una novela bestselleriana (“El club Berkeley”); o que nos regale el inicio de una historia inquietante, que daría mucho juego si el autor tuviera la generosidad de desarrollarla en forma novelística (“La llave”); o que autorice a la fantasía para que invada los territorios aburridos de la realidad (“Mar de Lidenbrock”).
Dicen que Miguel de Unamuno consideraba publicables todas y cada una de las páginas que salían de sus manos, al modo de huellas espirituales que los lectores debían conocer. Pero resulta obvio que Manuel Moyano no participa de esa fe. Leyendo este volumen se advierte que él no ha procedido en El Imperio de Chu por adición, sino por eliminación: de un océano de pequeñas historias (¿cien, doscientas, tal vez más?) ha cribado las que ahora tenemos delante, guiado por un criterio de excelencia insobornable y riguroso. De esa forma, los lectores recibimos un licor destilado, de fino bouquet y exquisito paladar, que agrada, sin hipérboles, en todas y cada una de sus páginas. Baltasar Gracián hubiera dicho que más obran quitaesencias que fárragos; y santa Teresa habría explicado que la morada interior es de diamante. Bien está como imagen. El Imperio de Chu es, probablemente, el Koh-i-noor de Manuel Moyano.

viernes, 3 de abril de 2009

Operación Valkyria





Hollywood tiene un poder asombroso, midásico: convierte en oro popular todo lo que toca. Y cuando, hace meses, se comentó en los medios de comunicación que iba a estrenarse una película protagonizada por Tom Cruise y centrada en la fallida operación Valkyria, mucha gente empezó a interesarse por el tema y a preguntarse qué se ocultaba tras ese sonoro nombre. Pocos recordaban que, sobre el mismo asunto, se había rodado unos años antes otra versión, donde el actor principal era Wolfgang Preiss. Y eran pocos también los que recordaban que tras el nombre de la Operación Valkyria se ocultaba el último atentado organizado contra Adolf Hitler, en el que Claus von Stauffenberg fue hombre clave.
Ahora, la editorial Militaria publica, en la traducción de Sergio Hernández Garrido, el que quizá sea el libro definitivo sobre ese asunto: Operación Valkyria, de Tobias Kniebe, una rigurosa reconstrucción histórica y literaria en la que se consultó a los supervivientes, a los miembros de la familia Stauffenberg y a otros personajes, para hilvanar todas las piezas del puzzle y mostrarlo con la mayor dosis de exactitud posible. Conoceremos así al coronel Treskow, que organizó varios de los atentados contra el jerarca nazi; o al general de infantería Friedrich Olbricht, el auténtico cerebro de la Operación Valkyria; y, sobre todo, a Claus Philipp Maria Schenk, conde de Stauffenberg, un importante militar del ejército alemán que, tras sus intervenciones en combate, sufre amputaciones en la mano y pérdida de un ojo. Él será quien acepte la arriesgada misión de colocar las bombas junto a los pies de Hitler, durante una reunión en la Guarida del Lobo, sabiendo que se juega la vida al asumir ese papel.
El atentado (que se consuma en la página 136 del libro) no alcanzó, como sabemos, el objetivo previsto. El infame dictador nazi no murió. Y las represalias que vinieron fueron tan atroces como inmisericordes: el coronel general Friedrich Fromm se encarga de que todos los conjurados reciban el más duro de los castigos: la tortura y el fusilamiento. Pero no se acaba ahí la venganza, porque, una vez que los cadáveres de los conjurados han sido enterrados, Heinrich Himmler ordena que sean exhumados, para su identificación, humillación y cremación. Sólo al coronel general Beck se le autorizó un destino menos oneroso: el suicidio. (Que, por cierto, no culminó bien: se le remató con un tiro de gracia, tras una prolongada agonía).

Las páginas de Tobbias Kniebe están escritas con una elegancia extrema, y nos permiten conocer los hechos históricos como realmente ocurrieron, incluso en sus derivaciones más próximas a España: el mayor Otto Ernst Remer, que estuvo con los conjurados y consiguió engañar a Hitler haciéndole creer que estaba de su lado desde el principio, murió en su exilio marbellí en 1997. Ahórrense la película y léanse este libro. Es un consejo que me agradecerán.