sábado, 7 de marzo de 2009

El señor de Cheshire





Lo he dicho más de una vez. Y como las verdades no se oxidan ni se erosionan por repetirlas lo diré de nuevo: Antonio Gómez Rufo es uno de los escritores más notables de España. Cada libro suyo es una brisa de calidad que orea y llena de júbilo el ánimo de los lectores. Es un autor que ha abordado temas diversos, siempre con sensibilidad exquisita: véase su revisión de personajes históricos como Marco Junio Bruto (La leyenda del falso traidor, 1994), su reflexión sobre el amor entre mujeres (Si tú supieras, 1997), su enérgica mirada a la postguerra civil española (El desfile de la Victoria, 1999) o ese fausto monumento narrativo que es Adiós a los hombres (2004).
Hoy deseo hablar de otra novela del autor madrileño. Su título es El señor de Cheshire, obtuvo el premio Ciudad Ducal de Loeches en 2005 y fue publicada poco después por Ediciones Irreverentes. Nada ofensivo asevero sobre la novela al decir que es ligera e irónica. El propio Gómez Rufo tiene la zumba de subtitularla «Un divertimento literario»; y atina plenamente. En ella, el desocupado sir William James Harrod se entretiene en encargar la fabricación de una muñeca para que el señor de Cheshire, sobrino de Lewis Carroll, distraiga sus horas en prisión con un alivio sexual adecuado a sus gustos. Pero la modelo que utiliza Mr. Whiteman para construir esa ingeniosa muñeca es tan seductora que el propio sir William acaba sucumbiendo a sus encantos. La infidelidad conyugal que el noble perpetra es tan ostensible como adecuadamente correspondida: su esposa, lady Harrod, se deja auscultar todos los pliegues de su organismo, con sonoro beneplácito, por el doctor Linz, un fogoso galeno al que acaba introduciendo en su casa.
Quien desee descubrir la elegancia expresiva de Antonio Gómez Rufo sólo tiene que acudir, por ejemplo, a la página 44, y leer con una sonrisa que el doctor Linz y lady Harrod, «en un delirio de procacidad, se llegaron a rozar las manos al pasarse el azucarero»; quien anhele encontrar perlas de humor, sírvase leer esta maravillosa descripción de un gatillazo («Lo que podía haber sido dureza de pedernal sajón se ha convertido en endeblez de salchicha germana», página 96) o la afortunada ironía que reserva para hablar de «los restos de afecto que suelen sobrevivir en parientes de primer y segundo grado en las familias británicas», página 119); y quien tenga curiosidad por leer la excitante secuencia en la que el doctor Linz ata a la cama a lady Harrod, la embadurna libidinosamente con aceite con lentitud sabia, le deja caer gotas de cera y consigue volverla loca de placer con varios orgasmos consecutivos, también podrá hacerlo. (Aquí no indico la página, para no fomentar lecturas parciales del volumen).

Prepárense a disfrutar (literariamente) todos los que abran las hojas de esta novela, donde el humor, la buena prosa, la sensualidad y un certero análisis del espíritu humano se alían bajo el nombre egregio de Antonio Gómez Rufo.

2 comentarios:

Gonzalo Gómez Montoro dijo...

Hola Rubén:

No puedes hacerte una idea de lo que aprendo mientras leo tus reseñas. Gracias por ponerlas en el blog.

hasta pronto,

Gonzalo

Narayani dijo...

Acabo de terminar esta historia aunque no la he leído, la he escuchado en el coche. últimamente me he aficionado a los audiolibros...

Me ha gustado mucho tu reseña. Enhorabuena.

Sólo la parte en la que Jack cuenta las torturas que ha escuchado narrar a Dogson se me ha hecho pesado. El resto coincido contigo en todo.

Besos!