jueves, 1 de enero de 2009

Camus (A contracorriente)



Albert Camus fue uno de los intelectuales más influyentes y poderosos del siglo XX. Pero el periodista Jean Daniel, que fue compañero y amigo suyo durante muchos años, sigue preguntándose hoy en día por qué la obra de este pensador incómodo, antisistema, iconoclasta y deliciosamente literario (Jean-Paul Sartre se permitió el lujo de criticarle lo bien que escribía) se ha convertido en un auténtico icono de nuestro tiempo. Y en su libro Avec Camus. Comment résister à l’air du temps, que ahora traduce José Luis Gil Aristu para el Círculo de Lectores – Galaxia Gutenberg con el título de Camus (A contracorriente), se dedica a analizar sus recuerdos del autor argelino, su labor como periodista, el rigor indesmayable de su ortodoxia y, sobre todo, el «heroísmo de la contradicción» (p. 29) del que siempre hizo gala y bandera.
El hombre que tuvo como madre a una menorquina analfabeta y medio sorda, y como padre a un trabajador vinícola; que estudió y leyó desde muy niño, en condiciones durísimas (una tuberculosis a los trece años); y que se convirtió en el pensador más honesto de Europa (por encima de Sartre, que no tuvo reparos en apoyar o disimular atrocidades soviéticas, conociendo su existencia); sigue siendo hoy un gran desconocido, a pesar de los centenares de trabajos que se tributaron a su pensamiento y su figura. Este «puritano agnóstico» (p.46), como lúcidamente lo bautiza Jean Daniel, descubrió muy pronto que quería contar muchas cosas, y que el tiempo era escaso. Por eso se afanó en escribir filosofía, literatura y periodismo a partes iguales, con idéntico fervor, llevando sobre sus hombros aquel mítico diario llamado Combat, en el que se vanagloriaba de no haber mentido nunca en ninguna de sus colaboraciones. Enemigo furibundo de cualquier forma de posesión, amigo de los seres desvalidos, partidario constante del diálogo y de la tolerancia, Camus se convierte en un escritor fácilmente asimilable por parte del gran público, que puede llegar a confundir su mensaje por la vía de la simplificación («Era tratado unas veces como un agradable escritor que filosofaba por encima de sus medios, y otras como un pastor que balaba al servicio de la burguesía», p.115).Pero fue ante todo una persona que portaba un mensaje complicado, lleno de agudeza, que el ensayista Jean Daniel, autor de este volumen, resume en una fórmula tan breve como enjundiosa: «Camus proclamaba que, para realizar nuestra tarea de hombres, necesitamos ser Sísifos felices» (p.181). Fijémonos en la brillantez de la sentencia y tratemos de reflexionar sobre la misma. No se ha pedido mayor sacrificio moral desde el inicio de los tiempos. Ser Sísifos felices supone constituirnos en orgullosos portaestandartes de la dignidad, en vanguardistas de la justicia, sin esperar jamás ningún tipo de recompensa. Lo más honroso y lo más complicado del mundo.

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