miércoles, 27 de febrero de 2008

Después de muertos



Seguramente, si nos preguntan con qué asociamos el nombre de Haití, lo más frecuente será que respondamos que con el vudú, ese rito extraño, tribal y desconcertante que afirma que puede resucitar a los muertos y convertirlos en unos seres llamados zombis. José María Latorre aprovecha ese hilo tan famoso para contarnos la historia de John Scott, un huérfano de 14 años que, desde Plymouth, viaja hasta la isla caribeña, donde su tío Philip, un rico propietario de plantaciones, ha aceptado cobijarlo tras la muerte de sus padres.
Pero los problemas de Johnny no se cancelan con este recibimiento familiar, sino que se inauguran: poco a poco, irá descubriendo que en la casa de sus tíos ocurren cosas demasiado extrañas. Sus primos (Chantal y Alfred) no parecen sentir ningún afecto por él; su tío procura mantenerlo alejado de ciertos lugares de la casa; la criada y cocinera Monique no se molesta en disimular el disgusto que le provoca la presencia de John; y su tía Marge no se ha dignado ni siquiera a hacer acto de presencia (todos le dicen a John que está convaleciente de una grave enfermedad, y que es mejor que se mantenga alejado de sus habitaciones). John, que es un muchacho con inquietudes musicales, pictóricas y literarias, no sale de su asombro ante el enrarecido ambiente de aquel enorme caserón. Ni se le quita el miedo del cuerpo cuando le informan de la atroz dictadura que Duvalier mantiene en la isla, auxiliado por los eficaces y brutales Tontons Macoute (su casi todopoderoso cuerpo de guardia). Y la situación no mejora cuando se entera de que su tío, en realidad, es un houngan (un sacerdote vudú). Y tampoco mejora cuando descubre, en el frigorífico de la cocina, un enorme recipiente lleno de sangre fresca. El único aliado con el que puede contar es Benjamin Perkins, un profesor al que tío Philip paga para que le dé clases particulares a John. Pero muy pronto los acontecimientos volverán irrespirable el aire: ceremonias alucinógenas, crímenes, enterramientos en vida, ocultamientos, persecuciones… ¿Qué posibilidades tiene un chico de 14 años de sobrevivir a todos esos horrores? José María Latorre consigue elaborar una obra, trepidante, muy bien escrita y resuelta con elegancia, que quedará en la memoria de los lectores. Una espléndida propuesta.

jueves, 14 de febrero de 2008

Pídeme la luna



¿Quién no ha escuchado, o leído, o visto en televisión, alguna historia de "bulling"? Se trata de personas que sufren acoso en sus trabajos, en sus centros de enseñanza o en sus localidades, y que tienen que abandonar su vida corriente por la presión de los indeseables que los martirizan. En el mundo escolar, el caso que más celebridad ha cosechado (triste celebridad, infame celebridad) fue el de Jokin, un adolescente que, harto de soportar las palizas y los insultos de sus compañeros de instituto, se arrojó desde lo alto de la muralla de Hondarribia (Guipúzcoa). Care Santos, sin duda conmovida por acontecimientos terribles como éste, ha escrito un texto durísimo cuya protagonista es Blanca, una chica de 16 años que estudia en el IES Esquivias Galerón y que sufre el maltrato físico y psicológico de Álex, un auténtico energúmeno que capitanea a un grupo de descerebrados cuya única misión en la vida parece ser machacarla día tras día, con vejaciones, insultos y todo tipo de sevicias. La muchacha sólo encuentra dos ventanas por las que le llega la luz: su amiga Irene (que la apoya en todo momento, y que trata de animarla en sus momentos bajos) y Miwok (un internauta del que anda enamorada, y que le corresponde). Pero conforme vamos avanzando por la novela descubrimos que los horrores pueden acumularse sin límite sobre las personas, y que a la muerte de su padre (que ha sido atropellado) se une la muerte de su perro (llamado Kafka) y, guinda que corona el pastel, la decisión de su madre de casarse con el hermano de su antiguo marido. Blanca, que se considera traicionada en el instituto y dentro de su propio hogar, vive como quien camina sobre un alambre, a muchos metros del suelo. Y se dedica a escribirle largos correos electrónicos a su hermano mayor, explicándole cómo se siente y tratando de mantener un vínculo imposible con él, que se encuentra muy lejano. Varias sorpresas de gran envergadura (que afloran en las páginas finales de la obra) dejarán al lector con la boca abierta, y le provocarán deseos de leer más libros de Care Santos. Si ocurriera así, me permito deslizar una sugerencia: que acudan a la novela Laluna.com, con la que esta excelente escritora catalana obtuvo el premio Edebé hace algunos años. Me agradecerán el consejo.